27 julio 2006

UNA PEQUEÑA PAUSA

Hooola, como veis llevo unos cuantos días sin actualizar, no pasa nada grave, lo que pasa es que me apunto a lo de todos, que pillo unos días de descanso, llevo el ordenador a un chequeo y estaré unos días sin postear.

Pero yo seguiré escribiendo en mi libreta, desde mi retiro allá por Mozuelos de Sedano, y cuando vuelva (tanto el ordenador como yo) seguiré contandoos todas las historías que se me pasan por la cabeza.

Estaré desconectado dos semanas, hasta el 11 o el 12 de agosto, espero que lo paseis bien, que descanseis y que no me olvideis.

No se si voy a aguantar tanto tiempo sin el blog, igual me da un ataque de angustia y tengo que volver rápido en busca de algún ordenador con internet.

Je, je, je, dos semanas, solo dos semanas...

Este es el pueblo a donde voy a escaparme de la rutina diaria en verano. (Mozuelos de Sedano, Burgos).

Y este es el mismo pueblo donde voy a escaparme de la rutina diaria en invierno. (Mozuelos de Sedano, Burgos).

21 julio 2006

CAMBIO DE VIDAS

Esta noche acabará como todas, tumbado, detrás de cualquier contenedor tapado con el cartón de cualquier marca de frigorífico, tiritando y oliendo a vino barato y orines de perro.
Mañana no tiene que madrugar, pues no tiene trabajo desde hace ya más de un año. El ruido del tráfico y las voces de las primeras personas que transitan por la calle son su despertador.



A doce metros de altura más o menos, alguien se levanta sobresaltado por el timbre de un teléfono móvil. Le recuerdan que hoy tiene esa reunión tan importante con aquellos directivos de la empresa.
Ha dormido mal pensando la manera de afrontar aquella reunión, de la cual dependía el futuro inmediato de la empresa.
Un ligero dolor de cabeza le aturde. Ayer se fue tarde a dormir, después de un día duro de revisar decenas de informes y de efectuar un gran número de llamadas.
No desayuna por que anda justo de tiempo y por que tiene el estómago revuelto por los nervios.
Se pone un buen traje y frente al espejo se anuda una corbata que haga juego. Su aspecto es algo enfermizo. Las ojeras son casi imposible disimularlas y en sus sienes se nota el galopar de sus desbocadas pulsaciones.



Dobla un poco los cartones y busca un buen lugar para esconderlos para la noche siguiente. Se pasa la mano por la cara notando que tiene ya muy crecida y desaliñada la barba. Tendrá que buscar una fuente para asearse.
A su alrededor el mundo va muy deprisa y un pobre vagabundo como él pasa totalmente desapercibido.
Coge sus escasas pertenencias y echa a andar arrastrando los pies en busca de una fuente.



Salió a la calle con el maletín en la mano y mirándose el reloj. Pudo comprobar que iba justo de tiempo. Cogería un taxi.
Iba pensando en todo lo planeado para la reunión, cuando se disponía a cruzar la carretera. El claxon de un coche le sacó de su ensoñación y giró la cabeza. En este momento chocó con alguien que hizo que se le cayera el maletín.



Se le cayó el hatillo al suelo. “Mire por donde va”, le dijo aquel hombre de traje que había chocado con él, “casi me tiras al suelo, mira lo que has hecho con mi maletín”, dijo enseñándole el maletín con unas pequeñas manchas. “Lo siento”, respondió el vagabundo sabiendo que no había sido culpa suya, “a mi también se me cayó lo mio”. El hombre trajeado miró hacia el hatillo que todavía estaba en el suelo. Sonrió, “no pensarás hacer comparaciones, tus trapos sucios con mi herramienta de trabajo”. El vagabundo le miraba sin saber que contestar. “Mira, no tengo tiempo ni ganas de discutir, tengo cientos de cosas más importantes que hacer que hablar contigo”, dijo el trajeado con la intención de marcharse. “Yo no tengo nada que hacer”, respondió el vagabundo. “¿Qué?”, preguntó el hombre del traje asombrado. “Que yo no tengo nada que hacer”, volvió a decir el vagabundo, “si quiere le ayudo”. El hombre del traje echó a reir a carcajadas, “estás loco, ja, ja, ja, quita que llego tarde”, dijo echando a andar. El vagabundo se le quedó mirando y dijo en alto para que le oyera, “lo que te pasa es que no aguantarías vivir como vivo yo ni un día”. El hombre del traje paró en seco y se dio la vuelta y fue hacia el vagabundo. “¿Cómo has dicho?”. El vagabundo se lo repitió y el hombre trajeado muy serio dijo, “está bien, hagamos la prueba”. El vagabundo le miraba asustado, “cambiaremos por un día, tu te vas a mi trabajo y haces mi vida y yo me quedo en la calle con tus harapos”.

Al principio el vagabundo se lo tomó en bromas, pero cuando vio que iba en serio accedió preocupado al desafío.
Se metieron en una caseta abandonada y se cambiaron las pertenencias, las ropas y se dieron todas las instrucciones necesarias para llevar a cabo el experimento.
El vagabundo fue a la reunión y a todas las demás obligaciones que tenía que llevar acabo ese día y el hombre del traje, vestido con la ropa del vagabundo, estuvo toda la mañana por la calle vagabundeando.

Quedaron a última hora de la tarde en el sitio donde chocaron por la mañana. Llegó antes el vagabundo trajeado con una cara de cansancio terrible. Al rato llegó el ejecutivo haraposo.
Se miraron y primero habló el ejecutivo, “estuvo muy bien la experiencia, se me ha ocurrido que podríamos estar así una semana, para evadirnos un poco de la rutina”.
No”, contestó rápidamente el vagabundo, “ni loco, yo no aguanto tu mierda de vida dos días seguidos”. Se miraron y echaron a reir. “A partir de hoy yo tampoco”, dijo el ejecutivo, “si no te importa tener un compañero de vagabundeo”.
Dejaron tirados en una papelera el traje, el maletín y el móvil, que sonaba mientras se alejaban los dos riendo y bromeando.

17 julio 2006

SACRIFICIO Y MARIONETA (EL JUEGO DE BITO)

Me quedé de pie junto a la puerta, mirando el cártel.
Parecía el anuncio de una compañía de teatro que buscaban ayudante.
Siempre me ha gustado el mundo del teatro, la farándula y la representación.
Después de un par de minutos de reflexión decidí entrar en aquel lugar.

Estaba oscuro y de las paredes y del techo colgaban cientos de marionetas, disfraces, máscaras y espectaculares disfraces. El olor a incienso invadía la estancia y una melodía que parecía sacada de un caja de música sonaba al fondo.

Me recorrí todo el pasillo conteniendo la respiración, hasta que llegué a una habitación grande llena de trastos del mundo del teatro. Grandes arcones llenos de trajes de soldado, príncipes, doctor, guerreros… cientos de vestimentas apropiadas para cada personaje que se pudiera representar.
En una pared, un gran espejo colgaba justo encima de una mesa llena de pinturas y maquillaje, pestañas postizas, bigotes y barbas, brillantina…
En otro arcón pude ver decenas de pelucas, narices postizas y complementos varios. Del techo, un gran dragón verde colgaba amenazante de unas cuerdas finas casi invisibles.
Cuando más me sorprendí, fue cuando miré hacia la pared de mi derecha, en la cual colgaban filas y filas de marionetas. Sus brazos lacios, sus cabezas hacia abajo, inmóviles, esperando a ser manejadas y poder cambiar la expresión de la cara.
Me acerqué a ellas con la boca abierta. Había de todo tipo. Jamás había visto tantas marionetas juntas y todas distintas y su expresividad…tan real.

Alargué el brazo dispuesto a tocar una de ellas, cuando sonó una voz a mis espaldas.
¿Te gustan las marionetas?”. Aparté la mano dando un respingo y me giré hacia la voz. Una silueta de alguien grande se escondía en el fondo de la habitación. Estaba quieto, no dijo nada más.
He entrado por lo del anuncio”, dije dirigiéndome a la silueta. “Siempre he estado atraído por el mundo del teatro.”
Me alegra que decidieras entrar”, dijo el hombre dejándose ver. Era viejo y tenía el pelo blanco y largo. Uno de sus ojos le tenía cerrado, con el párpado anquilosado. “Poca gente se interesa por el mundo de la farándula”. Se me acercó muy despacio y me miró fijamente. “¿Te gustaría formar parte de este maravilloso espectáculo?”.
Yo eché otro rápido vistazo por la habitación y asentí. El hombre sonrió, “siéntate”, me dijo señalando una butaca. Yo me senté, mientras él, salió de la habitación. “¿Te gustan las marionetas?”, me preguntó desde la habitación de al lado. “Si”, le dije yo en alto para que me pudiera oir.
El hombre apareció de nuevo con dos copas en sus manos. “No te arrepentirás”, me dijo ofreciéndome una copa, “celebremos la decisión”, me dijo sonriendo. Se llevó la copa a los labios y yo hice lo mismo. Sabía dulce, tenía un sabor agradable, que te incitaba a bebértelo todo.
Dejó su copa en la mesa y cogió la mía y la dejó también. “El sacrificio ha comenzado”, dijo muy despacio mirándome a los ojos mientras yo notaba como me daba vueltas la cabeza y sentía como si mi cuerpo se levantara del suelo.
Admite este cuerpo como muestra del sacrificio, y haz con él lo que debas”, le pude oir mientras mis ojos se cerraban y yo perdía el conocimiento. “Oh! Poder divino, lleva a cabo el ritual para sacrificar el alma de…"


Mis ojos se abrieron.

Seguía en aquella habitación.

Me encontraba bastante desorientado.

Me dolía la cabeza.

Intenté mover mis brazos y no pude. Me asusté.

Intenté mover las piernas y no pude. Me asusté más.

La boca, nada. La cabeza, nada.

Solo los ojos.

Los giré hacia un lado y vi marionetas colgadas, inmóviles.

Los giré hacia el otro lado y ví más marionetas inmóviles también.

Me entraron ganas de llorar, pero mis ojos estaban secos.

Me entraron ganas de gritar, pero mis cuerdas vocales habían desaparecido.

Empecé a comprender lo que ocurría, cuando un chico miraba hacia mí a un par de metros y una voz a sus espaldas preguntó: “¿Te gustan las marionetas?”

15 julio 2006

BLA, BLA, BLA

De pequeño todos me decían que de mayor podría ser político, por que tenía el don de hablar mucho sin decir nada.

Con el paso de los años fui perfeccionando la técnica y ahora soy capaz de estar horas y horas hablando sin que consigas entender nada.

Me siento orgulloso de mi especialidad, aunque he comprendido que para ser político no solo hace falta hablar sin contar nada, también hace falta tener amigos con dinero y carecer lo suficiente de vergüenza.

Posiblemente seguiré siendo un simple charlatán, sin animo de lucro, por que, aunque vergüenza no dispongo de mucha, amigos adinerados no tengo, y el más influyente es Adolfo, que al trabajar en el video club me recomienda antes que a nadie las películas que debo ver.

¿Veis?, no tengo remedio, debo ir acabando el post y todavía no he empezado a contar lo que quería, siempre me pasa lo mismo, soy como los monos, me voy por las ramas y nunca digo lo que quiero.

A ver si la próxima vez…

11 julio 2006

EL BALÓN DE JUAN

Siempre jugábamos con el balón de Juan.

Si no nos dejábamos ganar se lo llevaba.

Un día que estábamos jugando con el balón de Juan, llegó un niño que no habíamos visto antes, con otro balón.
“¿puedo jugar?”preguntó. “No”, respondió rapidamente Juan, “somos pares”.
Los demás no dijeron nada, se quedaron callados delante del niño mirando su balón.
“!Vamos!”, gritó Juan a todos, “¿a que esperáis?”
Por fín uno de los niños se atrevió a hablar con el nuevo, “¿si jugamos contigo y con tu balón te tendremos que dejar ganar?”. “No necesariamente”, respondió. “Entonces sí que jugamos contigo” dijo otro.
Se pusieron a jugar y Juan muy enfadado se cansó de jugar solo y se marchó con su balón.

El nuevo amigo (que se llamaba Felipe) no era tan egoísta y no se enfadaba si perdía.

Habían pasado dos semanas sin que Juan apareciera por allí, hasta aquel día que e presentó muy sonriente y sin balón.
“Hola”, saludó a los demás que pararon de jugar y se acercaron, “cuanto tiempo”. “Sí”, respondieron los otros, “¿Quieres jugar?”.
“No”, respondió sonriendo, “no voy a jugar ni yo, ni vosotros”.
Los demás niños le miraron extrañados.
“Mi papá compró este terreno y va a construir un rascacielos, así que ya no podréis jugar con vuestro balón”. Diciendo esto se fue riendo. Los demás miraban tristes como se marchaba Juan.

Al día siguiente se presentaron los camiones y las excavadoras y los niños observaron detrás de las vallas con el balón debajo del brazo como llenaban de agujeros lo que hasta ese día había sido el campo de fútbol.



Han pasado los años y allí sigue el gran rascacielos. Los niños ya no son niños, pero siguen viviendo en el barrio.

La situación no ha cambiado mucho. Juan heredó la gran empresa de su padre y nosotros somos sus obreros, todos menos Felipe al que Juan no contrató.

Otra vez jugamos con el balón de Juan, y si no dejamos que siempre gane cogerá el balón y se irá como antaño, pero esta vez no llegará Felipe con su balón, esta vez no habrá más balones con los que jugar.

07 julio 2006

CRECE

Cada día se hacía más grande, no paraba de crecer.
Cuando me la encontré ya me advirtieron: “aumentará su tamaño espectacularmente”, yo creí que exageraban.

Me asusté una mañana cuando ella inmensa esperaba al pie de la cama a que yo despertara.
Fuera donde fuera ella me seguía, no se separaba de mi en ningún momento.

Una noche decidí irme de la ciudad, pero cuando ya llevaba más de media hora andando, por el rabillo del ojo la ví, siguiéndome.

Paré, ella paró. Continué, ella siguió y así todo el tiempo.
Siempre estaba allí, como la sombra, hiciese lo que hiciese.
Me encerré en mi habitación y pensé, y pensé, y cada vez que asomaba a escondidas por la ventana la veía.

Pasaban los días pero ella me esperaba.
Yo no aguantaba más encerrado en aquella habitación, tenía que hacer algo.
Sin más, una mañana me desperté decidido a plantarla cara. Bajé las escaleras, salí a la calle y paré frente a ella.
“¿Sabes lo que te digo?”, la grité, “que no te aguanto ni un minuto más, así que ya te puedes ir largando”.

La gran mentira agachó la cabeza, dio media vuelta y se fue sin más.
Hay que ver lo que puede llegar a crecer una pequeña mentira y lo difícil que suele resultar deshacerse de ella.

03 julio 2006

Sobran las Palabras

Cuantas palabras mal empleadas tuve que escuchar.
Cuantas frases sin fundamento salieron de su boca.
No puede ser, algo interesante tendrás que decir.
Todo el mundo tiene algo que decir.

No te molestes en contestarme una mentira si no suena bien fonéticamente.
No dudes en callar si lo que vas a decir suena mal.

Seguía articulando sílabas, construyendo frases, unas encima de otras, sin comas, sin puntos, sin pausas para coger aire. ¿Te estás escuchando?, sin duda, no. No la importaba como sonaba.
Sus labios de repente se cerraron sellando palabras a medio pronunciar. ¿Ya has acabado?, intentó decir que no, pero no pudo. Movió la cabeza de un lado a otro.



Hubo un silencio forzado en el que las palabras se agolparon hasta sus labios, haciendo fuerza para salir. Se asustó, pero al final la boca se abrió y salieron todas las letras en estampida, mezcladas unas con otras sin significar nada.

Se llenó la habitación de letras, y antes de que nos diera tiempo a recogerlas ya se había comido alguna el gato.

Le cogimos y le pusimos en la mesa haciendo que nos mirara, “escupe”, el gato nada, “escupe”.
Pasan los días y el gato ni escupió ni dijo nada, así que olvidamos el incidente.

Desde ese día no se tropieza con las palabras, no las deja caer, aunque cada vez que habla, el gato acecha debajo esperando un desliz y que caiga alguna letra que pueda llevarse a la boca.