22 enero 2008

CUANDO SUENEN LAS CAMPANAS

Antonio era el párroco del pueblo desde hacía por lo menos 60 años. Nadie recordaba otro cura que no fuese Antonio.

Al pueblo llegó el progreso y con este se tuvieron que ir la mayoría de los autóctonos y los que no se fueron no tuvieron hijos y se fueron muriendo.

El pueblo había mudado de habitantes, alcaldes, de estilo de edificar, todo había cambiado menos Antonio y su iglesia.

Todos los días Antonio tocaba las campanas correspondientes de cada hora cosa que no agradaba en absoluto a los foráneos que ahora ocupaban el pueblo. Muchas fueron las veces en las que diversos vecinos le fueron a comentar a Antonio su desacuerdo con el toque de las campanas. Antonio muy educado les informaba que su intención era seguir tocando las campanas hasta que le llegara su hora.

Los vecinos de las urbanizaciones que ahora llenaban el pueblo se reunieron con carácter de urgencia y fueron a protestar frente a la iglesia a lo que Antonio siguió sin hacer caso.

Una noche los que más intereses económicos tenían en el pueblo fueron a casa de Antonio con la intención de asustarle, pero se les fue la mano y Antonio no se levantó al amanecer.

Le enterraron al día siguiente con el nuevo cura que hizo tocar las campanas por última vez.

Ese día las campanas no sonaron pero a la mañana siguiente todos despertaron a las ocho con el sonido de las campanas. Acudieron a la iglesia pero allí nadie parecía ser el responsable de las campanadas.

Así cada hora las campanas sonaban solas con el asombro de todos los vecinos.

Decidieron esperar dos días por si dejaban de sonar pero nada.

Al tercer día se reunieron y decidieron hacer un equipo para quitar las campanas. Cuatro hombres subieron y los cuatro se precipitaron al vacío bajo las miradas atónitas del resto de los vecinos.

Nadie del pueblo se atrevía a subir al campanario por miedo de que una maldición hubiese caído sobre ellos.

Acudieron a profesionales de fuera del pueblo pero tampoco fueron capaces de acercarse a las campanas.

La decisión que tomaron al final fue la de derribar aquella iglesia. Así lo hicieron pero el sonido de las campanadas siguió apareciendo a cada hora y la gente comenzó a sentir verdadero miedo.

El pueblo se fue quedando vacío, las constructoras y los demás negocios que se habían ido instalando allí fueron a la quiebra y en cosa de un mes se convirtió en un pueblo fantasma en el cual cada hora se oye el sonido de las campanadas retumbando por cada rincón de sus calles y sus plazas.



FOTO: Row Rodriguez

16 enero 2008

LEYENDA DE UN ESPANTAPÁJAROS

Lo primero que recuerdo es que aparecí clavado entre lechugas y calabacines y por mucho que lo intenté no podía moverme.

Al principio era un rollo pues nadie se acercaba a mi y los días se me hacían muy largos mirando al horizonte viendo siempre lo mismo.

Me asusté al ver que nadie venía a darme de comer pero pronto me di cuenta que nunca llegaba a tener hambre ni sed. No sentía ni frío ni calor, nevase, lloviese o hiciese sol no me afectaba. Lo único que me molestaba un poco era el viento que me hacía tener la sensación de que me iba a desarmar y esparcirme por los aires.

Día a día podía ver como lo allí plantado iba creciendo lentamente y como los topillos y otros animalejos frecuentaban el lugar en busca de alimento.

Mi función en teoría era impedir que los pájaros no se acercasen y picoteasen las semillas. Los primeros días parecía funcionar pero los pájaros, que no son tontos, se acostumbraron a mi inofensiva presencia y fueron acercándose cada vez más hasta que incluso reposaban sobre mi.

Los meses pasaban. A veces las tormentas arrasaban las cosechas, otras respetaban lo sembrado y acababa en abundantes recolecciones. Así año tras año.

Llevábamos unos cuantos días de mucho calor, cada año era pero, y apenas llovía. Los pájaros huían confusos hacia otro lugar, nunca les había visto así y en el horizonte una espesa cortina de humo se acercaba cada vez más.

Avionetas sobrevolaban la zona pero no echaban productos antiplagas como otras veces, esta vez era distinto pues no paraban, tanto de día como de noche.

Cuanto más pasaban las horas el humo se apreciaba más cercano y según iba anocheciendo un resplandor anaranjado se hacía cada vez más visible. Ya llevaba bastante tiempo sin ver ningún animalejo. El viento soplaba de cara y venía caliente.

Vi como a mi alrededor caían cenizas, restos de paja todavía humeantes. Enseguida fui consciente de lo que estaba pasando.

Pronto a un par de metros de mi un humo delator me avisaba de que una de esas pajitas había iniciado un pequeño fuego.

Rapidamente me vi rodeado de grandes llamaradas. Las puntas de mis brazos comenzaron a arder. Pronto seré solo cenizas y las tierras que me rodean también.

Pronto llegará el día que seremos solo un recuerdo de cuando la tierra nos daba alimentos y había pájaros que espantar. Pronto seremos leyenda.



FOTO: EAWB

08 enero 2008

EL COLECCIONISTA


Paró en seco al oir aquella voz a sus espaldas que se lo ordenaba.

Levantó los brazos cuando se lo pidieron y colaboró en todo lo que le fue posible pero no lo suficiente como para obtener el indulto del asaltante.

Un golpe seco en la cabeza le hizo caer contra el duro y frio suelo y todo lo demás son recuerdos borrosos indescriptibles.

Amaneció solo y con dolor de cabeza en una celda poco iluminada. Al intentar levantarse del catre notó que le era imposible pues se encontraba atado de pies y manos con unos grilletes y cadenas. Esperó.

Entró un hombre y le ofreció agua que no rechazó. Se la bebió de un trago debido a la sed acumulada. Pronto comenzó a sentir sueño y de nuevo dejó de recordar.

Cuando por fin despertó lo primero que vio fue un televisor. Ya no estaba atrapado por los grilletes. Se levantó e inspeccionó la celda. No le costó mucho pues solo disponía de la cama, un orinal y aquel televisor.

Supo al instante que la presencia de aquel televisor algún objetivo tendría y si se lo habían dejado allí era con la intención de que lo encendería.

Cinco minutos aguantó sin encenderlo pero al final apretó el botón.

No tardó mucho en darse cuenta que el lugar que aparecía en el televisor era su casa. Parece ser que alguien había instalado cámaras en sus habitaciones.

Pronto pudo reconocer a su mujer, a su hijo y al perro que iba y venía. La sorpresa vino cuando su mujer entró en su habitación, se desvistió y se metió en la cama. Al instante un hombre entró en escena y se introdujo también en la cama.

No podía creer lo que estaba viendo, jamás se imaginó que su mujer tuviera un amante y menos que se viesen en su propia habitación. Una mezcla de frustración y enfado le abordó. No podía apartar los ojos de aquel televisor pero a la vez deseaba hacerlo.

El hombre salió de la cama y fue hacia el baño. Las cámaras le siguieron y cuando se estaba mirando en el espejo un zoom hizo posible que le pudiera ver la cara.

El sentimiento de enfado y frustración desaparecieron de repente y fueron sustituidos por el de asombro y confusión. Estaba presenciando algo que jamás imaginó que pudiera presenciar nunca. El tipo que se estaba contemplando en el espejo del baño era él mismo.

¿Entonces se trataba de una grabación? Él no recordaba ese momento. No tenía la sensación de que aquellas imágenes fueran parte de su pasado y la acción que efectuó al instante se lo verificó.

Aquello no era una grabación. Encendió la tele y estaban echando las noticias de hoy y la hora coincidía. Aquello era en directo.

Se sentó en la cama y desde allí siguió viendo lo que ocurría al otro lado del televisor, osea en su casa. La vida continuaba como si no pasase nada.

Un farsante le estaba sustituyendo y su mujer ni siquiera se daba cuenta.

Al menos eso era lo que él creía, pues la realidad era que su mujer estaba en la celda de al lado viendo otra televisión en la que aparecían su marido y su hijo acompañados por una mujer que se hacía pasar por ella.

En el piso de arriba un hombre observaba desde su cómodo sofá las reacciones de todas esas personas a las que había robado sus vidas y a las que daba la oportunidad de poder ver en directo por televisión lo que deberían estar viviendo pero ya lo hacen otros por ellos.

Pronto el coleccionista de vidas se aburrirá y saldrá a la calle dispuesto a ampliar su colección.



FOTO: Matatias 2