25 marzo 2008

UNA ALFOMBRA, UN HOGAR


Al principio todo era perfecto. Irnos a vivir a aquella gran alfombra fue la mejor decisión que hemos tomado en la vida.

Cuando llegamos apenas había otras tres o cuatro familias. Vivíamos a lo grande. Disponíamos del suficiente espacio como para no molestarnos los unos a los otros.

Era tal el bienestar del lugar que todas las familias nos dedicamos a reproducirnos rápidamente y se corrió la voz más allá de las fronteras de la alfombra y fueron cientos y cientos los que acudieron a disfrutar también de aquellas maravillas.

Los males para nuestra comunidad empezaron cuando el dueño de la casa se le ocurrió aparecer con un aspirador. Al principio nos cogió por sorpresa y muchos fueron absorbidos por aquella máquina infernal.

Ideamos un plan de emergencia y cuando aparecían con la aspiradora todos seguíamos las sugerencias que aparecían en dicho plan y logramos sobrevivir y acostumbrarnos al aparato.

Al cabo del tiempo cuando llevábamos ya una larga temporada sin sufrir los efectos del aspirador algo nuevo nos sorprendió.

Sin apenas tiempo para nada la alfombra fue enrollada y colgada de la ventana. Una primera sacudida nos pilló totalmente desprevenidos. Cientos de los nuestros cayeron al vacío, los demás nos agarramos como pudimos.

A la primera sacudida la siguieron al menos otras veinte. Se nos hizo eterno. Desde aquel día ya nada fue igual. Vivíamos en alerta sabiendo que cualquier día se repetiría aquel suceso. Y así fue. Una vez al mes más o menos se repetían los hechos. La alfombra era sacudida repetidas veces y cientos de los nuestros morían.

La población en la alfombra menguó considerablemente pero aún éramos muchos gracias a la rapidez con la que nos reproducíamos. La alfombra ya no era lo que fue y ya debido al paso del tiempo se deshilachaba por muchos sitios y cada dos por tres aparecía un agujero nuevo.

Muchos marchaban en busca de algo mejor, pero ¿Dónde ir? Después de tantos años viviendo en esta alfombra lo lógico era esperar a morir también en ella. Igual a la siguiente vez que la sacudieran decidía no agarrarse.

No hubo siguiente vez. La alfombra jamás fue sacudida. Permaneció allí extendida en aquella habitación sin sacudidas, sin aspirador, sin ser pisada, olvidada, condenada a acumular polvo y a ser testigo de la demolición de aquel viejo edificio.

Condenados a desaparecer junto a la alfombra pasaron los últimos días de sus vidas.


Foto: DAMS

17 marzo 2008

TRES HISTORIAS EN UNA


(El desenlace)

Segismundo Sánchez Sánchez hombre viajero donde los haya volvió de una gira por los lugares más lejanos que se conocen.

Él no notó nada pero la verdad es que se trajo consigo ciertos virus que solo se daban en lugares muy lejanos.

A él no le afectó pues era un hombre honrado y trabajador lejano a los puestos políticos pero cientos de ministros, senadores, concejales, alcaldes y presidentes si que fueron afectados.

De la noche a la mañana el congreso, el senado, ayuntamientos y demás centros relacionados con la política se llenaron de hombres menguantes de color azul y con narices enormes.

Nadie sabía la razón de por qué solo afectaba a los políticos, pero no se libraba ni uno.

El caso era digno de estudio pues personas que comenzaban la campaña electoral tan normales acababan menguados, azulados y sobre todo con una nariz inmensa.

Nadie sospechó de Segismundo Sánchez Sánchez. Todos pensaron que fue una maldición que cayó sobre los políticos tan corruptos, ególatras y mentirosos que tenían.

Los efectos eran irreversibles y pronto las calles de todas las ciudades se plagaron de diminutas personas azuladas con grandes narices. El virus se fue propagando por el resto de países y al final el mundo acabó con multitud de diminutos seres humanos azulados y con grandes narizotas.

A partir de aquel suceso se vivió mejor por que los políticos comenzaron a no robar, no mentir y a no creerse el ombligo del mundo y comenzaron a efectuarse campañas electorales honestas.


FOTO: pingnews.com

10 marzo 2008

HISTORIA DE UN POLÍTICO AZULADO


ACTO TERCERO

En un lejano lugar me contaron que existía un país donde los políticos no se quedaban con dinero de los ciudadanos ni hacían mal uso de ello. Que incluso algún político llegó a poner dinero de su bolsillo por miedo a cambiar de color.

Emiliano Delgado no hacía honor a su apellido precisamente pues era de buen comer.

Emiliano era muy dado a ir a restaurantes caros a comer con otros políticos. Él era el presidente y el dinero lo tenía cerca y nunca le iba a faltar.

Emiliano después de esas comidas opulentas llegaba a acuerdos con grandes empresarios con los que tampoco escatimaba.

Un día a la hora de firmar un acuerdo por el que cedía terrenos municipales para la construcción de cientos de lujosos adosados se sorprendió cuando vio que la mano con la que sujetaba el bolígrafo se estaba poniendo azul.

Emiliano fue haciendo favores a cada uno de sus familiares y amigos. Cada vez que tramitaba un chanchullo el azul que comenzó por sus manos fue subiendo por sus brazos hasta que invadió casi la totalidad de su cuerpo y además se fue haciendo cada vez más intenso y más visible.

Emiliano fue motivo de burlas y le apodaron el pitufo. Cuando quiso darse cuenta que lo de su color azul sucedía cada vez que hacía mal uso de las arcas del estado ya era demasiado tarde y aunque al final confesó su delito el color azul no le desapareció.

Desde aquel día en aquel lejano lugar no hay político que se atreva a hacer mal uso del dinero de los ciudadanos pues nadie se expone a cambiar de color de la a la mañana.