25 enero 2007

EL AGUJERO

La pared de aquella habitación tenía un agujero.


Los días soleados se colaba por él un rayo de sol que resaltaba el polvo que flotaba.


De vez en cuando me agachaba y miraba por el agujero. Siempre veía lo mismo, un patio abandonado donde crecían las malas hierbas.


No se que tienen los agujeros que me hacen sentir el impulso de mirar por ellos y a la vez me hacen sentir una sensación extraña de ser descubierto.


Cuando me dirijo hacia el agujero voy pensando en que esta vez en lugar de ver lo de siempre veré algo distinto.


Muchas veces imagino que al asomar por el agujero, allí al otro lado haya otro ojo y me aparte bruscamente y cuando vuelva a mirar ya no habrá nada y todo volverá a ser como siempre.


Ese ojo es el que me crea desazón cuando me acerco al agujero y esa posibilidad de que al otro lado haya alguien haciendo lo mismo que yo, asomar por esa pequeña ventana al mundo exterior.


Esa sensación de ver sin ser visto me produce una aceleración de las pulsaciones.


Se que algún día el ojo estará al otro lado, esperándome y entonces nada volverá a ser como antes y lo que significaba una posible vía de salida se convertirá en una peligrosa vía de entrada.

18 enero 2007

INTUYO

Desobedecí a mi intuición y giré hacia la derecha.


Acabé en un callejón oscuro implorando a la intuición su presencia. Siento haberte ignorado antes pero crei que debía hacer esto solo. Me volví a equivocar. De ti dependo sabia intuición, jamás ignoraré tus consejos, aunque me crea poseedor de la verdad.


Que sería de mi sin ti, la de tiempo que perdería pensando para luego no acertar. Contigo es distinto, te sigo y ya está. Casi nunca fallas.


Se que eres la intuición. Por ahí me dicen que igual se trata de suerte, pero yo les digo con toda rotundidad que eres intuición. La suerte no es tan exacta, tu sí.


La suerte se junta a otro tipo de personas, tu en cambio no haces distinciones.


Vuelve conmigo, no te enfades por esta vez. Dame otra oportunidad, sabes que siempre te hice caso.


La veo alejarse, esta vez “intuyo” que no volverá.

11 enero 2007

DÍA ACCIDENTAL

Me desperté temprano. El sol calentaba la habitación. Afuera se oía el trinar alegre de los pájaros y las vocecillas de los niños jugando.

Abrí la ventana y respiré fuerte aquel aroma veraniego que me despertaba el primer día de vacaciones en el pueblo.
Bajé a la cocina silbando y pensando en todas las cosas que me proponía hacer durante el día. Desayuné y salí.
Lo primero que me propuse hacer fue ir al pueblo a efectuar todas las compras de la semana. Me monté en el coche y arranqué.

A los pocos metros me agaché a buscar una emisora y oí un golpe seco que me hizo incorporarme al volante. Seguí unos cuantos metros, pero el ruido de unos hierros que se debieron quedar enganchados mi hizo parar.

En el parachoques delantero estaban enganchados los restos de la bici pequeña rosa de Anita, la niña de los vecinos.
Miré a mi alrededor y no había nadie, desenganché como pude la bici y continué mi camino. Llegué al pueblo y aparqué a unos metros del supermercado.
Nada más bajar del coche miré debajo por si todavía quedaba algún resto de la bici, pues me pareció notar algo raro.

¡Oh no!, mi corazón se aceleró cuando comprobé que lo que había enganchado en los bajos del coche no era un cacho de bici, sino la dueña de la bici.
Miré a mi alrededor. Parecía que nadie se había dado cuenta. Pálido entré en el supermercado a por sacos para meter el cuerpo de la niña sin llamar mucho la atención.
Cuando salía con mis sacos vi un gran perro debajo del coche tirando del cuerpo. Eché a correr hacia allí y el perro salió corriendo con un cacho de Anita.
Maldije el perro con todas mis fuerzas y me dispuse a seguirlo, no podía dejar que pasease por todo el pueblo un perro con medio cuerpo de niña en la boca.

Arranqué el coche y me metí por donde antes había visto desaparecer al perro. El camino estaba muy embarrado por culpa de las últimas tormentas caidas. Las ruedas traseras se quedaron atrapadas y cuanto más aceleraba más se hundían.
Salí del coche dando un gran portazo, ¿algo podía ir peor? Sí, una voz sonó a mis espaldas, “¿Puedo ayudarle en algo?”, “mierda, digo…no, bueno…sí, pero ya me las apañaré yo sólo, muchas gracias”. El policía me miraba con cierta desconfianza pues veía que mi coche estaba atrapado en el fango.

Se fue, aunque no convencido del todo. Intenté por todos los medios sacar el coche del fango pero no fue posible. Después de tres horas de agotador esfuerzo inútil me di por vencido. Fue entonces cuando de nuevo apareció el perro y decidí seguirle a pie.

El estúpido perro se metió por los lugares más intransitables, así que acabé con la ropa embarrada y hecha jirones. Después de una agotadora persecución me volví a dar por vencido y decidí volver al coche, pues empezaba a anochecer y hacía bastante frio.
Cuando llegué al lugar donde creía que tenía que estar el coche y no estaba pensé que me había despistado, pero pronto me di cuenta que me lo habían robado.
Enfadado seguí el camino de barro con la intención de llegar a la carretera pero entre la oscuridad y el nerviosismo me perdí.

Paré en un claro e intenté hacer un fuego, pues el frio me hacía tiritar y no me dejaba pensar con claridad. Lo máximo que conseguía es que saliesen chispas al golpear dos piedras, pero nada más. Dejé de golpear las dos piedras por que me pareció oir el ruido de un motor.

Me dirigí hacia el ruido con cuidado y pude ver a dos o tres cazadores furtivos que bajaban de un jeep. Iba a salir al encuentro cuando un tiro impactó en la roca donde me escondía, del susto salí corriendo. Oí otro tiro y noté un escozor en el culo que me hizo caer al suelo. Me habían dado una perdigonada en mi…
Me arrastré como pude hasta otra gran roca y no salí hasta que se dejaron de escuchar los disparos.

El cielo comenzaba a clarear. Por fin llegué a la carretera aunque nadie me ayudó, era normal con la pinta tan desastrosa que llevaba.
Pasó un coche de policía y ese si que me llevó a comisaría.
Allí me interrogaron y me tuvieron detenido más de 3 horas, no dije nada del atropello y al final me dejaron marchar. Me dieron dinero para un taxi.

Nada más llegar a casa me armé de valor y fui a casa de mis vecinos dispuesto a aclarar lo sucedido. En mi cabeza una y otra vez iba construyendo las frases que iba a decir, dispuesto a cumplir la condena que se me impusiese.

Llamé al timbre y esperé aquellos segundos eternos hasta que la puerta se abrió.

“Hola vecino”, me dijo, “Qué aspecto más lamentable tiene, ¿Qué le ha pasado?, pase, pase”. El hombre se metió en casa y yo le seguí.
“Siéntese, ¿quiere que le ponga algo?”, preguntó dirigiéndose a la cocina. Yo no abrí la boca, mi cabeza no estaba para conversaciones.

Volvió con dos tazas de café y fue cuando se lo solté. “He matado a su hija”. El hombre dejó caer las tazas que se hicieron añicos poniéndolo todo perdido de café. “¿Cómo dice?”, me preguntó con voz temblorosa. “Que esta mañana he atropellado a su hija y…”, me cortó, “¿Dónde está?”. No había caido en ese detalle y no supe que contestar.

5 segundos dio de margen aquel padre cegado por la furia y como no le supe explicar lo siguiente que pasó fue que agarró el atizador que había junto a la chimenea y se abalanzó sobre mi golpeándome una y otra vez.

Mi cuerpo inerte rodeado de un charco de sangre. El hombre con el atizador en la mano temblorosa y en el pasillo una voz sonó, “Papá”, dijo Anita, “no te enfades conmigo pero esta mañana he montado a mi muñeca en la bici y la he lanzado a la carretera cuando pasaba el vecino…¿papá?”

04 enero 2007

EL CAZADOR DE OPORTUNIDADES

Nada más darse cuenta echó a correr detrás de ella.

Era consciente que esta era una de las últimas oportunidades por lo que se esforzó al máximo.

La tenía a la vista, cada vez más cerca, ¿La atraparía esta vez?

Tampoco quería hacerse muchas ilusiones, pues otras veces también parecía que la iba a agarrar y en el último momento ¡zas! Se esfumaba.

La tenía muy cerca, casi me atrevería a decir que nunca antes la había tenido tan cerca. Era importante no precipitarse ahora, había que actuar con inteligencia, no dejarse llevar por la euforia y no cometer errores pasados.

Ya habrá tiempo de ensoñaciones, ahora hay que concentrarse, no nos pase como en el cuento de la lechera.

Ya la teníamos al alcance, se acerca el momento de avalanzarse, de hacer el último esfuerzo, de saltar sobre ella.

Justo en el instante en que estiraba el brazo con la intención de atraparla apareció alguien y la alcanzó antes que yo.

Le vi alejarse con ella, preso de una gran desilusión. Otra vez había dejado escapar una buena oportunidad.

Apesadumbrado volví a casa cabizbajo, pensando lo peor, que la vida no me diese más oportunidades o que quizás por muchas que me diera yo no iba a ser capaz de aprovecharlas.

Que se le va a hacer, habrá que esperar a las próximas rebajas.