27 noviembre 2007

OTRA HISTORIA MÁS DEL HOMBRE QUE SALIÓ A COMPRAR TABACO (versión interrumpida)


-“Cariño, me voy a por tabaco”- dijo Luis cerrando la puerta de la calle tras de si.

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Si, se lo que estáis pensando, que esta va a ser la típica historia del tío que se va a por tabaco y no se vuelve a saber más de él. Pues no, no va de eso listillo.

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Luis subió en el ascensor silbando, contento de pasar la noche en casa acompañado de su familia. Estaba harto de pasar días y días lejos de los suyos por culpa del maldito trabajo.

Ahora con suficiente tabaco encima como para estar una semana sin salir Luis retornaba a casa, donde le esperaría una sabrosa cena preparada con todo el amor del mundo por su mujer.

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Vale, está bien, no me enrollo más con datos que no vayan a ser trascendentales para el devenir de la historia. Iré al grano.

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Luis sacó las llaves del bolsillo y las intentó introducir en la cerradura. Hizo amago de girar y nada, no consiguió abrir.

Guardándose las llaves pulsó el timbre y esperó.

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No, no puedo ser más escueto, intento darle un poco de incertidumbre al relato… además ¿Quién está contando la historia tu o yo?, yo ¿verdad? Pues entonces déjame hacerla a mi manera ¿Vale?¿Puedo continuar?

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Después de unos segundos de espera una señora la cual no conocía de nada abrió la puerta.

- “¿Qué se le ofrece?”- Dijo la mujer.

- “Disculpe”- contestó Luis apurado –“me debo haber confundido”.

La mujer cerró la puerta y Luis miró hacia arriba para comprobar el número del piso.

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¿Cómo que para qué?¿Tu no te confundes nunca? Luis mira por si está un piso más arriba o más abajo… a mi una vez me pasó.

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El 5º, su piso, la puerta, la misma, el felpudo es igual. –“que cosa más extraña- pensó –“volveré a llamar”.

De nuevo abrió la puerta la señora de antes. –“¿Otra vez usted?”.

-“Disculpe señora- dijo Luis atorado –es que me está pasando una cosa muy extraña. Hace 5 minutos he salido de esta casa a por tabaco y…”

-¿De esta casa?- se apresuró a preguntar la mujer –imposible, ¿no ve que aquí vivo yo?.

Dicho esto la mujer hizo el amago de cerrar.

-Espere, por favor espere un minuto- dijo Luis intentando por todos los medios impedir que aquella mujer le cerrara la puerta –haga el favor de creerme. Déjeme entrar y le demostraré que esta es mi casa.

-¿Pero está usted loco?- preguntó enfadada la señora -¿piensa que voy a dejar entrar en mi casa a un desconocido? Haga el favor de marcharse si no quiere que llame a la policía.

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¿Qué? Ahora ya no me interrumpes ¿Eh? Ahora te parece interesante ¿Y si no sigo?¿Y si te dejo con las ganas de saber lo que pasa?, jajaja…está bien, no te enfades seguiré contándote lo que pasó.

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Luis intentó seguir explicándose pero la mujer no le dejó cerrándole la puerta en las narices. Su primer impulso fue el de volver a pulsar el timbre pero enseguida se dio cuenta que nada alcanzaría con eso.

Al final decidió llamar a la policía y esperarles en el descansillo fumándose uno de esos cigarrillos que le habían llevado a encontrarse en aquella situación.

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¿Cómo que lo del cigarrillo sobra? Lo meto para recordar al lector el por qué se encuentra Luis en esta situación. Yo creo que si es un dato importante. Anda, tu lee y no interrumpas más.

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La policía llegó y Luis les contó que había salido a por tabaco y cuando volvió se encontró que en su casa vivía una señora que no era su mujer y que no le dejaba entrar.

Los dos policías se miraron y no muy satisfechos con la historia procedieron a llamar al timbre. La mujer abrió.

-Disculpe señora las molestias pero es que nos ha llamado este hombre y dice que vive aquí ¿podemos entrar para salir de dudas?, está en su derecho de no dejarnos pasar.- La señora miró a Luis luego miró a los policías y les dio el consentimiento para entrar.

Cuanto más se adentraban en aquella casa más claro estaba que Luis no vivía allí. No había ninguna prueba que lo certificase. Hasta el propio Luis lo reconoció.

-Salgamos de aquí- dijo cabizbajo –lo siento señora estaba confundido.

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No seas impaciente, ya falta poco déjame terminar ¿vale? Deja que te cuente el final y luego dices si te gustó o no.

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Los policías se fueron. Luis caminó por las calles de su barrio sin saber que hacer.

Intentó llamar a su mujer pero en el número que marcaba contestaba otra persona. Fue a ver a sus amigos pero ninguno le reconocía.

Desesperanzado ya se dirigió a la estación dispuesto a coger el primer tren que partiera sin importarle hacia donde.

A los 10 minutos de espera en aquel oscuro andén llegó el tren que le alejaría de allí.

Subió y se dirigió al asiento que le correspondía.

El tren arrancó. Luis miraba por la ventanilla aguantándose las lagrimas.

Sacó un cigarrillo y lo encendió. A la segunda calada se le acercó el interventor y le dijo:

-“Disculpe caballero haga el favor de apagar el cigarrillo. En el tren no se puede fumar.”

Le miró incrédulo mientras apagaba el cigarro y fue entonces cuando no pudo aguantar más y se echó a llorar con todas sus ganas mientras estrujaba con todas sus fuerzas las dos cajetillas de tabaco que le quedaban maldiciendo la hora en que bajó a comprarlas y recordando la frase impresa en los paquetes que te advierte de los peligros que conlleva fumar.

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Si, se acabó, ya está, termina así, ¿Por qué me miras de esa manera?¿No te ha gustado o qué?...No, no pienso cambiar el final por mucho que insistas, si te crees tan ingenioso escribe tu un final mejor.



FOTO: Saul TM

19 noviembre 2007

EL HOMBRE QUE PASEABA SOLO

Amaneció acurrucado en un banco del parque rodeado de gente que le observaba con curiosidad.

No era la primera vez que le pasaba lo de quedarse dormido en el lugar menos pensado y tampoco tenía por que ser la última.

Se alejó de allí abriéndose paso entre los mirones. Aunque era aún muy temprano el sol ya calentaba como los días anteriores.

Llevaban ya unos cuantos días con aquellas temperaturas tan elevadas. Se agachó a beber agua de una fuente. A su alrededor revoloteaban las palomas y las campanas de la iglesia más cercana anunciaban las diez.

Ajeno a las prisas de la gente se paró frente al escaparate de una pastelería. Dejó volar la imaginación y saboreó el dulce sabor de tanta nata y chocolate.

Un niño hizo sonar el timbre de su bicicleta devolviéndole a la realidad.

Siguió andando calle arriba, sin ningún rumbo fijo que seguir, solo le apetecía andar sin importarle hacia donde.

A su derecha dos señoras discutían sobre los precios del pescado y un agente de tráfico hacía sonar su silbato.

Primero un paso, luego otro, así todo el rato, sin dedicarle ni un segundo de atención. Mientras caminaba su mente vagaba perdida sin prestar atención. Una pareja se hacía carantoñas en aquel rincón, un grupo de jóvenes reían alrededor de un mimo y sus pies sin prestarles atención.

El bullicio del mercado llegaba a sus oidos como lejanos susurros casi inapreciables y el ruido de los coches formaba parte de la banda sonora de su paseo.

De repente todo se iluminó a su alrededor y el silencio invadió sus oidos. La gente empezó a correr despavorida en todas las direcciones buscando un sitio donde cobijarse. Un olor extraño apareció de repente.

La gente lloraba, gritaba, suplicaba, perdía los nervios, se empujaban, buscaban un lugar donde ponerse a cubierto.

A él le daba igual, estaba como en una nube. No sentía ese miedo que notaba en los demás ni esa necesidad de cobijarse en algún sitio seguro.

Acompañando al extraño olor apareció un repentino aire caliente. Su pelo se agitó y las pupilas se le dilataron al reflejarse en ellas una gran llamarada que avanzaba con rapidez. El calor comenzaba a quemar su piel y notó como sus pulmones se secaban a causa del intenso calor.

Ya no recuerda nada más. Amaneció acurrucado en un banco del parque…esta vez nadie le observaba. Se levantó y comenzó a andar entre cascotes y cadáveres, no le importaba hacia donde, solo le apetecía caminar sin tener la necesidad de llegar a ningún sitio en particular.

A su alrededor todavía había pequeños incendios entre los montones de escombros pero eso a él le daba igual.


FOTO: fluzo

12 noviembre 2007

DE CAMINO AL TRABAJO (II)

Llevaba recorridos 5 kilómetros cuando decidí parar cansado ya de andar sin saber hacia donde.

La vegetación cada vez era más espesa y la niebla poco a poco se iba disipando. Me senté en una roca dispuesto a reconsiderar la decisión de seguir hacia el interior ¿Y si no llegaba a ninguna parte? Quizá debiera volver, aquí igual no me encuentran nunca.

Cuando me disponía ya a volver sobre mis pasos un ruido que provenía del interior de la rotonda me hizo cambiar de opinión.

¿Era música aquello que se escuchaba? Esperanzado por aquella novedad eché a correr en dirección al sonido.

Sí, era música lo que estaba oyendo. Parecía que la suerte iba a cambiar.

No fue así. A los pocos metros tuve que parar por que una gran pared de arbustos frondosos me impedía seguir.

Caminé hacia un lado y hacia el otro en busca del final de aquellos arbustos pero nada, ningún vestigio de entrada.

De nuevo estaba hundido, poco había durado aquella vía de escape, otra vez perdí la esperanza.

A mis pies el suelo pareció temblar. Di dos pasos atrás y del suelo se abrió una compuerta camuflada por la cual apareció un hombre.

-“Síguemé”- me dijo desapareciendo por donde había venido.

Me asomé por aquel agujero en el suelo y decidí hacer caso a aquel sujeto pues no se me ocurría que otra cosa hacer.

Seguí a aquel individuo por el estrecho túnel. Había que ir a gatas. Se ve que él tenía más práctica pues se movía con bastante más soltura que yo.

Después de gatear durante unos 10 minutos apareció una luz al fondo, razón que me bastó para acelerar el avance. El hombre que me precedía desapareció y llegué yo solo hasta aquella trampilla de rejilla. No me lo pensé dos veces y ni corto ni perezoso la empujé con todas mis fuerzas.

La rejilla salió despedida hacia un lado y yo asomé medio cuerpo. Pude ver una sala donde cinco hombres trajeados me esperaban alrededor de una mesa.

-“Ah! Está usted aquí”- dijo uno de los hombres –“Siéntese por favor, le estábamos esperando”.

Salí del agujero, me sacudí un poco la ropa y me senté donde me indicaron.

-“Señores…”- dijo de repente uno de los hombres mientras se levantaba –“Les presento a su nuevo compañero de trabajo”.

Todos me miraron y se levantaron saludándome. Yo les estreché la mano uno a uno sin creerme todavía la situación que estaba viviendo.

Así fue pasando mi primer día en el nuevo trabajo. No me atreví a preguntar a nadie por lo sucedido y mi única preocupación era ¿Cómo sería el camino de vuelta a casa?



FOTO: GilleDes

06 noviembre 2007

DE CAMINO AL TRABAJO (I)


Hoy iba a ser mi primer día en aquel nuevo trabajo.

Me levanté con tiempo. Preparé todo lo que iba a necesitar y salí también con tiempo para evitar atascos y llegar puntual para empezar con buen pie.

Monté en el coche y salí en busca del trayecto más corto para llegar a aquellas oficinas.

Estaban en una zona nueva y había que atravesar una serie de carreteras sin nada habitable a su alrededor que pudiera servir de referencia.

Había instalado el GPS nuevo la semana anterior y todavía no estaba muy familiarizado con él. Delante de mí a unos 100 metros pude ver una rotonda la cual no estaba reflejada en el GPS. “Mierda”- pensé –“estos trastos tan modernos no hay quien les entienda”.

Bajé un poco la velocidad y entré en la rotonda.

De repente todo cambió ante mis ojos. La rotonda era más grande de lo que yo creía y no parecía haber nadie más por allí y por mucho que avanzaba lo hacía en círculo sin encontrar ninguna salida.

Di una vuelta entera, o eso me pareció, por que ni siquiera pude ver la entrada por donde había accedido a la rotonda.

Una espesa niebla parecía caer sobre la zona. Por mucho que avanzaba en círculo dentro de la rotonda el paisaje parecía cambiar a cada vuelta y lo más extraño de todo es que no me encontré con ningún otro vehículo en todo el rato.

De repente me puse nervioso y frené de golpe.

Esperé allí sentado sin hacer nada más que mirar al frente e intentar pensar en como actuar.

Volví a encender el GPS pero este parecía haberse vuelto loco y en él solo se veían números y letras que no parecían significar nada. Me eché la mano al bolso en busca del móvil pero este parecía haberse quedado sin batería de repente.

Golpeé el volante maldiciendo la situación en la que me encontraba. Iba a llegar tarde al trabajo el primer día, la verdad es que no se podía considerar un buen comienzo. Miré el reloj y se habían borrado todos los dígitos como por arte de magia.

Lo único que se me ocurría era continuar avanzando con el coche. Giré la llave con la intención de arrancarlo pero nada, ni a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera y a la quinta desesperado ya desistí.

Apoyé la cabeza en el volante y lloré sin saber que hacer. Me encontraba allí en aquella rotonda sin salidas, con una niebla tan espesa que no dejaba ver ni a 30 metros perdiendo la oportunidad de acudir al nuevo puesto de trabajo, el coche no arrancaba, la radio no funcionaba, ni el GPS, ni el móvil. La situación no podía ser peor.

Después de darle mil vueltas al asunto decidí salir del coche. Iría andando a pedir ayuda.

Hacía frío y la niebla cada vez era más espesa. Decidí intentar salir de la rotonda pero a los 20 metros había una altísima valla que desde el coche no podía ver por la niebla que me impedía alejarme de la rotonda.

Miré hacia un lado y hacia el otro y no podía ver donde acababa la valla. La golpeé enfadado y me di media vuelta dispuesto a volver al coche.

Era tan espesa la niebla que desde la valla no podía ver el vehículo.

Avancé hasta donde creía que estaba, pero ¡sorpresa!, el coche había desaparecido.

No podía estar tan lejos, apenas había caminado 30 metros. Seguí la carretera hacia un lado y luego hacia el otro y ni rastro de mi coche.

“¡Noooo!”, grité con todas mis fuerzas perdido en la tremenda niebla, “No, ¿Por qué?¿por qué?...” me lo preguntaba una y otra vez pero no había nadie allí para responder.

Me calmé un poco y me aventuré hacia la única dirección que todavía no había intentado, el interior de la rotonda.

Continuará…



FOTO: A Vista de Cerdo