30 mayo 2008

SUEÑOS ESCRITOS


Sentado frente al papel no daba crédito que lo que estaba leyendo lo había escrito él de su puño y letra.

Él jamás hubiese escrito sobre ese tema concretamente por el desconocimiento que tenía sobre aquella materia.

El caso era que él no recordaba nada más que el momento en el que se sentó delante del papel y lo siguiente que recuerda fue que al despertar, delante de sus narices, se encontraba la hoja llena de palabras escritas con su letra.

Desde aquel día cada vez que cierra los ojos para dormir despierta con folios llenos de historias que él no recuerda haber escrito.

Cada vez que quería escribir algo ya sabía lo que tenía que hacer, era bien fácil, echarse a dormir y esperar que al despertar ya estuviera todo el trabajo hecho. Que forma más sencilla de ganarse la vida.

Al principio todo iba bien hasta que un día no podía dormir y aquel día no escribió nada. No le dio importancia, sería un hecho aislado, pero a esa vez le siguieron muchas más.

Os preguntareis si volvió a escribir algo, pues no, no fue capaz. Esto que estás leyendo fue lo último que escribió y por lo tanto su última cabezadita de su vida.

Felices sueños… felices cuentos.


Foto: LaguiadeSantiago.cl

22 mayo 2008

ARDORES


Una de sus conocidas aficiones era pasar las horas muertas contemplando el fuego, la tranquilizaba tanto.

La encantaba sentarse delante de una chimenea o frente a una hoguera. Se podía pasar simplemente viendo el danzar de las llamas horas y horas hasta que alguien la sacaba de su ensimismamiento.

Para ella los efectos hipnotizantes del fuego eran como la anestesia perfecta, no notaba nada más a su alrededor, solo el crepitar de las llamas.

Nadie la comprendía por que nadie podía ver en el fuego lo que ella veía. Nadie podía imaginar lo que significaba para ella aquel aleatorio y espontáneo balanceo de las llamas y lo que detrás de estas se escondía.

Allí dentro soportando todo el calor producido por el fuego se escondían aquellos seres que solo en contadas veces asomaban tímidamente produciendo un chasquido cada vez que lo hacían. Decenas de veces os habrá pasado oír el chasquido proveniente del fuego y cuando miráis ya no veis nada. Pero están dentro, ella les ve aunque no diga nada solo mira.

Cada vez más a menudo era atraída por el fuego y cuando no había ninguno cerca lo provocaba encendiendo una cerilla o algún papel.

La forma en que se consume cualquier cosa que es abrazada por el fuego la parece tremendamente atrayente y a veces se descubre demasiado cerca de las llamas y aparece ese olor característico de las puntas del pelo consumiéndose.

Más de una vez había introducido una mano entre las llamas olvidándose del dolor que produce una simple quemadura y todavía tenía marcas.

Su pasión por el fuego era tal que se metió a trabajar de bombero. Pasó las pruebas y fue contratada.

Ella sabía que aunque su trabajo consistía en apagar fuegos por lo menos durante algún tiempo estaría cerca y podría disfrutar de grandes incendios.

No duró mucho en su trabajo pues la echaron por no darse prisa en sofocar los incendios y dejar que se expandiesen con rapidez y pasear entre las llamaradas antes de abrir las mangueras para extinguirlos.

Cada día que pasaba sentía mayor atracción por el fuego y el ardor que sentía por dentro comenzaba a salir de vez en cuando por sus extremidades prendiendo lo que tocaba.

Nadie se podía explicar por qué la ocurría aquello y la sometieron a todo tipo de pruebas.

Encerrada en la habitación de un hospital pasó sus últimos días de su vida hasta que un día al abrir la puerta solo encontraron cenizas. Por fin lo había conseguido.


FOTO: Pedro J Pacheco

14 mayo 2008

OPERACIÓN FALLIDA

De niño cuando me preguntaban que quería ser de mayor nunca se me ocurrió responder cirujano. Mi respuesta se asemejaba a la de los demás niños, piloto, bombero, policía, de todo menos cirujano.

Y hoy aquí me hallo por primera vez en mi vida en un quirófano rodeado de enfermeras y junto a un cuerpo inerte por los efectos de la anestesia.

Nunca, ni en el más atrevido de mis sueños me imaginé que llegaría a acabar algún día en la situación que me encuentro dispuesto a abrir en canal a un hombre al que no conocía de nada.

Un latido fuerte golpeaba mis sienes como síntoma de lo nervioso que estaba. Debajo de ese gorrito verde que llevan todos los cirujanos se empezaban a formar gotas de sudor dispuestas a comenzar un descenso por la frente.

La enfermera de mi derecha limpió la zona del paciente que debía de rajar con una gasa impregnada de alcohol.

Mis piernas comenzaron a temblar sabedor de que se acercaba el momento en el que debiera introducir sin titubeos el bisturí en aquella blanca y pálida carne.

La enfermera de mi izquierda me pasó una gasa por la frente, se ve que la gota de sudor había decidido ya comenzar el descenso. Otra enfermera me ofreció un bisturí. Antes de cogerlo la miré como intentando atisbar alguna señal que me indicara que no era necesario usar aquel utensilio pero su falta de gestos me confirmó lo necesario que era.

Acerqué mi mano temblorosa hasta que así aquel bisturí. Creo que la enfermera se dio cuenta de mi temblor y entonces fue ella la que me miró a mi buscando un gesto tranquilizador indicándola que todo iba bien y aunque no era así yo si lo hice creer.

De nuevo la enfermera de mi izquierda limpió el sudor de mi frente. Notaba un ligero atisbo de mareo que logré contener. Había llegado hasta allí no podía parar ahora.

Presioné el bisturí en la zona de carne marcada con sumo cuidado y aun así la sangre comenzó a brotar.

Unos golpes secos sonaron en la puerta del quirófano mientras yo hundía el bisturí abriendo una profunda herida en el paciente.

Todos mis ayudantes turnaban su atención entre el jaleo que había tras la puerta y en mi dudosa actuación con el bisturí.

Ya nadie estaba atento a quitarme el sudor y una gota calló muy cerca de la herida abierta. El hombre que yacía en la camilla sangraba copiosamente. Nadie sabía como actuar en aquella confusa situación.

Fui perdiendo la visión por culpa del mareo. Por fin las puertas del quirófano fueron abiertas de golpe.

La mano que conducía el bisturí perdió contacto con mi mente haciendo más profunda aún la brecha en aquel cuerpo. Cuatro o cinco policías entraron en el quirófano justo cuando caí desmayado encima del paciente al que había rajado instantes antes.

La máquina que vigilaba las constantes vitales del enfermo comenzó a pitar. Los allí presentes lo comprendieron todo de repente. Yo no era cirujano. Había entrado allí simulando serlo para no ser encontrado por la policía.

Ya era tarde para arreglar aquel desaguisado. El paciente murió, a mi me atrapó la policía y aquella enfermera que me limpiaba el sudor huyó con el dinero, con su parte y la mía.


Foto: robotconscience

07 mayo 2008

LA GRAN DECEPCIÓN

-Hijo mío- dijo mi padre con ese tono de voz que usa para decir cosas importantes –siéntate aquí conmigo- continuó señalando el sofá –tenemos que hablar.-

Al instante supe que lo que iba a suceder en ese sofá iba a cambiar el devenir de nuestras vidas. Lo supe por el tono de voz utilizado por mi padre, el mismo que usó para convencerme de la primera visita al dentista, sólo le salía esa voz cuando lo que iba a comunicar era trascendental de verdad.

A mi pesar acudí al llamamiento, pues no se me ocurrió ninguna forma de evadir aquella cita que nada bueno auguraba.

-Hijo mío- volvió a decir mi padre mirándome a los ojos y con la voz temblorosa a consecuencia de los nervios –como bien te habrás dado cuenta cuando llega la navidad siempre recibías regalos que aparecían el día 6 por la mañana junto al árbol…-

Aquí mi padre hizo una pausa intencionada para que yo asintiera.

-…Pues verás… resulta que los que ponían esos regalos bajo el árbol no éramos nosotros…- Esto último mi padre lo dijo bajando la cabeza como algo avergonzado por haberme ocultado tan importante misterio.

Como vi que le costaba continuar decidí darle pie. –Y si no erais vosotros…¿quién dejaba los regalos junto al árbol?-

Mi padre entonces subió la mirada cogió aire y me contó la verdad. –Los que te traen los regalos por navidad no somos nosotros sino los Reyes Magos.-

Desde aquel día en adelante ya nada volvió a ser igual. Cada vez que llegaba aquella fecha del 6 de enero sentía verdadero pánico al pensar que tres individuos desconocidos que desprendían un horripilante tufo a camello se introducían en nuestras casas mientras dormíamos. Y pensar que yo dejaba un vaso de leche con galletas creyendo que era para mis padres.

Nota: Siento si tu eras de los que todavía pensabas que los regalos los compraban los padres y te he desvelado el gran misterio. Ya era hora de que todo el mundo se enterase que los padres son los Reyes.

foto: margacastillo