30 marzo 2007

EL REGALO

El día que Leonardo llegó con aquella tortuga nuestra amistad se resintió.

Él sabía que yo odio a los animales, que no soporto tener en casa un bicho al que cada vez que paso a su lado le miro con recelo y desconfianza.

Estuvimos muchos días sin hablarnos y la que más sufrió esta situación fue la pobre tortuga a la que ni si quiera había puesto un nombre.

Cuando Leonardo salía de casa yo aprovechaba para observar su comportamiento en aquella pecera llena de agua.

Leonardo la echaba de comer por que sabía que yo no estaba por la labor. Puede parecer algo cruel, pero ya lo dije antes, no soporto a los animales, así que no se podía esperar otra cosa de mi, bastante hacía ya con no cogerla y tirarla por el retrete, a veces me daban ganas.

Una mañana Leonardo salió temprano y yo me quedé haciendo limpieza en la casa, pasaba el aspirador mientras chupaba un caramelo y cantaba mientras iba de habitación en habitación.
Cuando me encontraba limpiando el comedor y emulaba a David Bisbal cantando su última canción y dando uno de sus famosos giros el caramelo me hizo un extraño y se coló garganta abajo obstruyéndome la respiración.

Intenté toser y expulsarlo pero no había manera, salir no iba a salir, tenía que intentar que pasara hacia dentro.
El ahogo que sufría me impedía moverme, sería imposible llegar hasta los baños o la cocina, me estaba mareando, a punto de caer cuando de reojo vi la pecera donde nadaba alegremente la tortuga.

En seguida me arrepentí de no haber limpiado la pecera ningún día pues cuando me la acerqué a la cara para echar un trago me llegó un nauseabundo olor a cloaca.
El agua estaba bastante turbia, entre restos de comida, algas y excrementos pero no había otra opción, así que incliné la pecera y comencé a tragar y tragar.

Tenía los ojos cerrados, pero el ligero contacto de algo extraño en mis labios me invitaron a abrirlos.

Allí estaba frente a mi la tortuga y una gran nausea seguida de una fuerte arcada hicieron que comenzara a vomitar.

El caramelo salió disparado y yo tosí y tosí hasta que no quedo nada obstruyendo mi garganta.
Se abrió la puerta y apareció Leonardo que se quedó horrorizado mirándome.

Yo me levanté y fui a darle un abrazo.

Leonardo no sabía que hacer, se le notaba bastante preocupado.
-Gracias por la tortuga- le dije – es el mejor regalo que me han hecho nunca.-
Leonardo no daba crédito ni a sus oidos ni a sus ojos que observaban atónitos el panorama desolador del comedor encharcado de agua de la pecera y vómitos.

Mientras, ajena a todo, la tortuga en un rincón roía con ahinco el caramelo de fresa que momentos antes casi me mata.

22 marzo 2007

LLAMAN A LA PUERTA

El otro día la muerte llamó a mi puerta pero el elevado volumen de la televisión me impidió oirlo. Me lo dijo el vecino de enfrente, que como es un cotilla la vio de casualidad por la mirilla.

Ahora que se que la muerte me ronda estaré más atento. Cada vez que salgo de casa me percato bien de que no aceche por cualquier esquina y me agarre desprevenido.

El vecino me ha contado que la muerte acude todos los días en mi búsqueda. Se que es persistente, que tengo que estar atento, que al menor descuido me pilla y me lleva con ella, se que hasta que no cumpla su objetivo no va a parar, dicen que es muy cabezona, pero lo que ella no sabe es que yo lo soy más.

Cada vez que salgo de casa y miro a mi alrededor se que el vecino está detrás de su puerta, a la caza de cualquier detalle merecedor de ser difundido, lo se, pero me da igual y hago como que no me entero y noto que tras esa mirilla me observa un ojo enfermizamente curioso.

Aquel día salí de casa temprano, pues la muerte no solía madrugar, pero el vecino sí y me vio ir.
A la media hora volví haciendo todo el ruido posible para asegurarme de que el vecino acudía a la puerta. Yo traía una inmensa caja cuyas dimensiones me habían obligado a desistir de usar el ascensor, pero con el tamaño de la caja me gané por completo la atención del vecino y logré llenarle de curiosidad.

Entré en casa dejando la puerta abierta, seguí haciendo ruido y salí corriendo y bajé las escaleras a toda velocidad dejando la puerta de la calle entreabierta.
Estaba completamente seguro que el vecino aprovecharía me ausencia para saciar su curiosidad y entraría en casa con sigilo y discreción.

Le oi abrir la puerta de su casa y cuando estaba seguro que ya había entrado en la mía subí corriendo y me metí en la suya cerrando la perta rapidamente.
Era el momento justo, puse mi ojo tras la mirilla y la vi llegar. Antes de llamar al timbre se percató que la puerta estaba abierta y entró sin más.

A los 5 minutos salieron los dos, ella con la satisfacción de haber cumplido el trabajo, él intentando convencer a la muerte de que no era la persona que buscaba.
Esperé un rato para asegurarme que los dos habían desaparecido definitivamente y volví a mi casa.

A partir de aquel día la muerte se olvidó de mi, tanto que a mis 156 años aún sigo aquí.

ilustración: alain vega

15 marzo 2007

POR LOS MARES

Quisiera ser un pez para poder beber a todas horas del día,

Y nadar y nadar por las profundidades oscuras y frías,

Podría bucear surcando sin parar océanos y mares,

Buscar y descubrir en el fondo del mar tesoros perdidos y buques olvidados,

Entre corales y rocas serpentear y dar vueltas sin miedo a perderme,

Evitar redes y anzuelos que intenten sacarme a tierra firme,

Relacionarme con medusas venenosas y caballitos de mar,

Formar parte de grandes bancos que se muevan sin un rumbo fijo,

Alejarme a toda costa de mareas negras y fluidos perjudiciales,

Adentrarme en la playa cuando suba la marea,

Dejarme llevar por las suicidas olas y saltar justo antes de que impacten contra las rocas,

Sentir en mi piel esa mezcla de salitre y arena,

Observar sin ser visto a las enigmáticas sirenas,

Quisiera ser un pez y no un pescado,

Aunque se que en este estado, rebozado,

Es mi vida lo que pasa por mi mente,

Mientras caigo a la sartén de aceite hirviendo.

08 marzo 2007

KRISPÍN

Cuando “Krispín” mi león de peluche me arrancó de un bocado el brazo izquierdo no le di importancia, pensé que se trataba de algún defecto de fábrica.

Cuando “Krispín” me devoró la pierna derecha lo achaqué al hecho de ir siempre arrastrando los pies y a mi mala pata.

Cuando “Krispín” me arrancó la oreja izquierda me sentó tan mal que estuve a punto de ir a descambiarle.

Pero el otro día cuando estaba intentando abrirle la tapa para cambiarle las pilas y de un zarpazo me arrancó los testículos me dí cuenta que “Krispín” no era de peluche.

foto de: http://biboz.net/humor/osito.jpg

01 marzo 2007

EL REGISTRO

El guardia del aeropuerto registraba mi equipaje.

En la entrada había un cartel que advertía que podíamos ser registrados.

A mi lado pasaban personas con la tez más clara y la barba más corta, eran saludados por otro guardia que les deseaba buen viaje.

Sé que esos otros pasajeros, los no sospechosos, me miran de reojo sintiéndose más seguros, comprobando que los guardias se aseguran de que no lleve ningún arma en la maleta, ni cinturón de bombas en el pecho, ni armas químicas en mi frasco de colonia.

Después del exhaustivo registro, el guardia decepcionado quizás por no haber encontrado nada que le hubiera hecho salir en las noticias me manda pasar sin disculparse por las molestias.

Para ellos no significa nada más que puro tramite. Para mi es una violación de mi intimidad. Un saber que tengo puestas en mí todas las miradas. Notar que la gente que pasa junto a mi siente miedo.

Y lo peor de todo son esas ganas de protestar y no poder, y esa sensación de tener la obligación de estar continuamente pidiendo perdón por pertenecer a una religión diferente a la suya. Y sentirme culpable sabiendo que en realidad yo soy la victima.