28 agosto 2006

SIN IMPORTANCIA

Nadie como ella para hablarnos de que se siente a esas alturas. Haber viajado al espacio la convertía en una privilegiada con una historia que contar.
Cuando era niña jamás pensó en esta posibilidad, pero la vida la llevó a realizar esta experiencia que no olvidará por muchos años que pasen.
La ves por la calle y parece una más, pero cuando averiguas sus andanzas espaciales, la observas asombrado sin saber que decirla.

Ella siempre insiste en que es una persona normal, pero los demás no la tratamos como tal.
Ella sigue conservando los amigos de la niñez, aunque ellos no subieron tan alto, si que compartieron aquellos años tan especiales para cualquier persona.

Muchas veces me quedo mirándola a los ojos con la esperanza de ver el reflejo de la inmensidad del universo que por error pudiera haber quedado grabado en sus pupilas, pero nunca logro ver más allá de dos ojos marrones.
Ella sonríe y le quita importancia al asunto y nos recuerda que cada persona alberga en su cerebro imágenes exclusivas que nunca se podrán volver a repetir. Que no todos vemos de la misma forma la misma cosa.

Cierta es la expresión de una imagen vale más que mil palabras, y cierto es que una historia se dibuja de miles de formas diferentes en cada una de nuestras cabezas y que por mucho que nos expliquen un paisaje, nunca lo veremos igual que los ojos de la persona que nos lo narra.

23 agosto 2006

EL MOMENTO

¿Cuánto tiempo ha de pasar?, no podemos esperar más. Los demás han marchado ya y nosotros aquí, mirando al horizonte.

Ellos tienen esperanza, yo la agoté entera. Se que no van a venir, aunque ellos insistan que sí. Es muy tarde, de venir, ya lo habrían hecho hace tiempo, cuando todos.

El éxodo masivo había comenzado hace un mes. Al principio pasaba gente casi todo el rato, y según transcurrían los días el flujo de personas fue disminuyendo hasta el miércoles, que fue cuando pasaron las últimas dos personas. Nunca había transcurrido tanto tiempo entre grupo y grupo.

Las posibilidades de que alguien apareciera eran mínimas, y si alguien lo hacía, vendría en muy malas condiciones.

Algunos dicen que es absurdo huir, pues tarde o temprano nos atrapará, que no es cuestión de distancias si no de suerte, y que cuando te atrapa ya no hay nada que hacer.

Yo no tengo miedo, lo que tenga que venir vendrá, ¿Quién soy yo para interponerse en el destino?. Se sabía que más tarde o más temprano tenía que suceder algo así, nos lo merecíamos.

Un ruido a lo lejos me sacó momentáneamente de la ensoñación en la que me encontraba. Basta de especulaciones, me dije, ya se acercan.

Cada vez se oía más fuerte el batir de sus alas y el terrorífico ruido que producían sus graznidos.
Poco a poco el cielo se fue oscureciendo y la atmósfera se hizo irrespirable.
Notaba como por mi nariz entraba aire enrarecido que llegaba a los pulmones, rasgándolos inmediatamente.
Mis compañeros cayeron al suelo echándose las manos a la garganta, intentando vencer esa sensación de miedo que causa la muerte cuando llega de esta forma.

Así que era verdad, pensé, todos moriremos por fín. El fin de esta enloquecida humanidad se acerca, sin nada que lo remedie esta vez. Otra bocanada de aire contaminado llena mis pulmones, haciéndome sentir un ardor descomunal. Cierro los ojos intentándome relajar, para ver si de esta forma se hace más llevadero el trágico momento.
Me mareo por la falta de oxígeno y noto como cientos de bichos alados se abalanzan sobre mí dándome violentos picotazos por todo el cuerpo. Suerte que ya no siento absolutamente nada. El final del planeta llegó por fin.

16 agosto 2006

ABANICO

Una señora que llevaba puesto un vestido de vistosos motivos florales se sentó a mi lado.
Debido a su gran envergadura provocó que tanto el chico que estaba a su izquierda como yo nos tuviéramos que mover levemente al notar toda aquella grasa presionando sobre nuestros cuerpos.

Hacía mucho calor y no había ningún tipo de ventilación. A los pocos segundos de haberse aposentado la mujer, comenzó a notarse en el ambiente húmedo un olor agrio de sudor reseco. Resoplé, el chico del otro lado hizo lo mismo.

Si te paras a pensar era normal, con tanto pliegue cubierto por todas aquellas grasas y con las altas temperaturas que estábamos sufriendo esos días la cosa no podía ser de otra manera, regueros de sudor brotarían continuamente de aquel cuerpo rollizo y sin salida se resecaría, alojado entre michelín y michelín.

A cada mínimo movimiento que hacía la mujer el olor se intensificaba. Abrió su bolso, rebuscó, con sus manos rechonchas y sacó un abanico que abrió con un leve giro de muñeca. Comenzó a moverlo con fuerza, aireándose ella y a los que estábamos alrededor. Lo malo no era el aire sino el olor que viajaba en ese aire. En unos instantes el olor que manaba de aquella señora se esparció por toda la sala de espera.

La mujer solo hacía que moverse y el chico de su izquierda harto ya de tanto achuchón decidió levantarse y alejarse un poco de aquel ambiente viciado.

La señora seguía moviendo el abanico con un desparpajo impresionante, haciendo un ruido como el batir de alas de un murciélago gigante, (si, tienes razón, nunca he comprobado el ruido que hacen las alas de un murciélago gigante, pero me lo imagino) y de vez en cuando paraba en seco y le cerraba con un golpe de muñeca. Al rato lo volvía a abrir y así todo el rato.

A este ruido de aleteos se juntaba el sonido que hacían sus pulseras al moverse, el calor agobiante que hacía en la sala y ya, la de por sí agónica espera que estábamos sufriendo.

Reconozco que fue un cúmulo de despropósitos lo que acabó con mi paciencia y que mi repentino ataque de furia fue consecuencia de tan espantosa situación.

Reconozco que perdí los papeles por completo y que todas las miradas se posaron en mi y en el numerito que estaba a punto de representar.

Reconozco que arrebatar el abanico a la señora como se lo arrebaté y gritarla a su vez “¡ Deje ya el puto abanico de una vez y métaselo en su gordo culo!”, estuvo feo, bastante feo.

Pero más fea estuvo la forma con la que se abalanzó sobre mi, me quitó el abanico y sin darme tiempo para la reacción, tirándome al suelo se sentó encima de mi a horcajadas atizándome con todas sus fuerzas con el abanico.

Si no es por los guardias allí me quedo. Entre su gran peso cortándome la respiración y esos golpes de abanico que me suministraba por todo el cuerpo, creía morirme. Y encima, el poco aire que lograba respirar entraba mezclado con el olor a sudor de la mujer.
Les costó a los guardias separarla de mi. Se aferraba a mi hincándome las uñas y rodeándome con las inmensas pantorrillas.

Una vez alejaron a aquella bestia, yo logré sentarme en el suelo y vi aquel abanico partido con restos de sangre y se me quedó grabado en el cerebro, y desde aquel día cada vez que veo desplegarse un abanico, mi corazón late más fuerte y me viene a la cabeza la imagen de aquella mujer atacándome salvajemente.

10 agosto 2006

VUELTA AL REDIL

Holaaa, que ya he vuelto.
Se acabaron los días en el campamento del pueblo.
Se acabó el aislamiento sano de 45 personas en un campamento durante 12 dias.
Que dura es la vuelta, la dura rutina que te espera sonriendo.

No hay que pensarlo que es peor.
Hay que pensar en lo bueno, que otra vez estoy aquí escribiendo y leyendoos.
Se me ha hecho largo y corto.
Os voy a poner una foto del campamento donde he estado.

excursión que hicimos por ahí, cerca de Sedano (Burgos)

El siguiente post ya será normal, dadme unos días a que me habitue a la civilización.