27 septiembre 2006

UN BUEN DIA

Llamaron a la puerta, fui a abrir y era yo.

No me lo esperaba, no me supe que decir. Nos quedamos allí los dos mirándonos durante un buen rato sin salir yo ni él entrar.

Cerré la puerta e hice como que allí no hubiera pasado nada, aunque a punto estuve de levantarme a abrir debido a su insistencia.

Cuando paró de golpear a la puerta empecé a preocuparme, ¿y si le ha pasado algo?¿y si hace alguna barbaridad?¿y si me mete en algún lio?. Me levanté del sofá, corrí hasta la puerta y abrí. Allí no había nadie, ¿Qué me esperaba?¿que mi propio yo estuviese ahí plantado esperando a que le abriese?

Volví a cerrar y me senté en el sofá. Cogí el mando a distancia y puse la tele. En la pantalla unas espirales en blanco y negro giraban sin más. Intenté cambiar de canal, pero el mando dejó de funcionar. Me levanté y apreté el botón de apagado, pero aquello seguía sin hacerme caso.

Golpeé la carcasa (no se por qué, siempre se hace eso ¿no?). Me di la vuelta, echándome el pelo hacia atrás. Fui hacia el sofá y volví a mirar la tele. Nada, seguía igual.

Cogí el teléfono dispuesto a llamar no sabía muy bien a quien. Cuando me lo acerqué a la oreja pude descubrir que hacía un ruido como cuando no hay línea.

De repente oí un ruido que venía del cuarto de baño. Me acerqué hasta allí, temeroso de que hubiera alguien esperando a que yo entrara para asaltarme.

Allí no había nadie y el ruido venía del desagüe del water. La tapa estaba bajada, la subí. Ahora se podía escuchar mejor el rugir del desagüe.

Tiré de la cadena pero no salió agua. Me pareció oir algo más. Me agaché para ver si identificaba el sonido, pero nada.

De repente el sonido también procedía del lavabo y de la ducha. Di un paso atrás y pude ver asombrado que de la taza del water comenzaban a salir culebrillas que se esparcian por todo el cuarto de baño.

Salí de allí cerrando la puerta tras de mi.

“¿Quieres dejar de hacer ruido?, estoy intentando ver la televisión”, me dije yo que estaba sentado en el sofá. En la tele seguían las espirales dando vueltas. “Este programa es mi favorito”, me informé. Yo miraba atónito a la tele y luego a mi yo que se encontraba riendo en el sofá.

¿Qué estaba pasando? El cuarto de baño estaba plagado de culebras que salían de la taza del water y en mi sofá me encontraba yo viendo la tele y riendo. ¿Qué más me podía pasar?
Sonó el teléfono y me sacó un poco de la ensoñación en la que me encontraba. “¿No lo vas a coger?”, me pregunté desde el sofá. Fui hasta el teléfono y descolgué el auricular. “¿Quién es?” pregunté. Silencio. Me quedé mirando el auricular hasta que mi otro yo se levantó y me arrebató el teléfono, “será para mi ¿si?”.

Me quedé allí en medio del salón con cara de tonto sin saber que hacer. Mi clon hablaba y reía por teléfono. En la tele seguían las espirales y no quería ni pensar lo que estaría sucediendo en el baño.

Decidí salir de allí. Abrí la puerta de la calle y salí. Por la escalera bajaba el vecino del quinto. Le saludé pero él no me devolvió el saludo. Actuó como si no me conociera. Paré un poco a pensar lo que estaba sucediendo, ¿A dónde vas?, vuelve a casa y despierta. Seguro que estás en una pesadilla y cuando despiertes te reirás.

La conciencia me convenció, pero cuando metí las manos en los bolsillos buscando las llaves me di cuenta que con las prisas no las había cogido. “Mierda!!”, grité dando un golpe en la puerta. “Silencio o llamaré a la policía”, se oyó una voz que salía de la puerta de enfrente.

Pulsé el timbre y esperé a que me abrieran. Pero, ¿Quién esperas que salga a abrirte?¿Una de las cientos de culebras que salían del water?¿o tu doble que dejaste hablando por teléfono?. Seguía apretando el timbre. Reconócelo, estabas solo y has salido sin llaves. Tendrás que llamar a un cerrajero que te cobrará un dineral por abrirte la puerta.

Se abrió la puerta de enfrente y salió el vecino enfadado, “¿Se puede saber que quieres?,¿no ves que no quieren abrirte?, lárgate o me veré obligado a llamar a la policía”. “¿Pero por qué me voy a ir si yo vivo aquí?”, dije ya enfadado.

El vecino se metió para su casa dando un portazo y yo volví a llamar al timbre.
Bajó otro vecino por las escaleras y también se me quedó mirando. No me sonaba su cara, igual que tampoco me sonaba el de la puerta de enfrente.

Llevaba media hora llamando y nadie abría. Abajo oía jaleo. “si, es aquí”, oí que decía alguien, “en el piso de arriba, lleva toda la mañana molestando y llamando a una puerta”.

Me alarmé. Subían. ¿Habrá llamado el vecino a la policía?. Se volvió a abrir la puerta del vecino y me dijo, “te lo advertí, que si no te ibas llamaría a la policía”. Al mismo tiempo llegaron dos policías acompañados del hombre que había visto bajar hacía media hora. “Este es”, dijo señalándome con el dedo, “lleva toda la mañana molestando”. Los policías se me acercaron con cautela, tomando las precauciones que se tomarían para enfrentarse a un tarado. “¿Qué sucede aquí?”, preguntó el más mayor de los policías. “Nada”, dije, “realmente yo vivo aquí”. Se miraron los dos policías. “No le hagan caso”, dijo el vecino de enfrente, “no le habíamos visto antes por aquí”.

“Le aseguro señor agente que yo vivo aquí”, les dije ya un poco desesperado.
“¿Y qué hace aquí fuera?”, me preguntó el policía. Y aquí comienza lo difícil, ¿Qué le digo?¿Lo de las culebras?¿Lo de mi otro yo?, “salí y no me di cuenta que no llevaba llaves”, expliqué. “¿Y por qué llama?¿Había alguien más dentro?”. Ya me hizo la pregunta trampa, ¿Qué le respondo?, “no, estaba yo solo…”, no me dejó terminar, yo tampoco me hubiera creído, “señor, ¿no le parece muy extraña la historia que nos está soltando?”, preguntó el otro policía, “será mejor que nos acompañe y nos explique lo ocurrido con más tranquilidad”.
“Le juro que yo vivo aquí”, le dije casi llorando, “hagan una comprobación”.
“¿Tiene documentación?”, me preguntó el policía. “Me la dejé dentro, si quiere puede llamar a mis padre y les certificarán lo que les estoy contando, el teléfono es el 597 383 221”.

Uno de los policías se alejó un par de metros, sacó el teléfono y se puso a llamar.

“¿Tomas drogas?”, me preguntó el otro policía, “¿bebe alcohol?, ¿sufre alguna enfermedad mental?”. Yo negaba todo con la cabeza. El otro policía se acercó con el teléfono apagado. Presentía malas noticias, “me contestó una señora que nunca había oido hablar de ti. Esto ya no tiene ninguna gracia. Haga el favor de acompañarnos”. Dijo esto agarrándome del brazo. El otro policía le imitó y me agarró del otro brazo. Los vecinos desconocidos miraban divertidos la escena, contentos por tener mañana algo que contar.

¿Qué estaba pasando aquí?. No podía dejar que me trataran así sin haber hecho nada malo. Intenté soltarme y ellos apretaron un poco más, aunque logré soltarme de uno.

Se montó un poco jaleo. Al que me sujetaba lo pisé y al verse sorprendido aproveche y le quité la pistola.

Si parecía que nada podía ir a peor estaba equivocado. Me encontraba en el descansillo de la escalera encañonando a dos policías. Los dos vecinos se habían refugiado detrás de la puerta. “Suelta el arma”, dijo uno de los policías, “no empeores las más las cosas”. Je, je, creía que esas frases solo se decían en las películas, me siento como el protagonista de una película, ¿Cómo acabará?, seguramente sonará el despertador, abriré los ojos y me reiré un montón de esta pesadilla.

El despertador no sonó. Sonó la puerta de su casa que se abría. Todos se sorprendieron y dirigieron la atención hacia allí. Los policías, los vecinos y yo.

La puerta se abrió poco a poco y detrás de la puerta pude llegar a verme con cara de susto, y antes de poder hacer nada me di cuenta que mi dedo estaba ya apretando el gatillo, y que por el cañón de la pistola salía ya veloz una bala que se incrustaba en la sien de mi otro yo.

En ese mismo instante me di cuenta de :
1 – Esto no es ninguna pesadilla.
2 . El otro yo no existía, era solo producto de mi imaginación.
3 – El cañón de la pistola humeaba.
4 – Tanto los policías como mis vecinos me miraban con expresión de pánico.
5 . Noto un fuerte dolor de cabeza.
6 . …………………….

22 septiembre 2006

ODA AL DOMINGO

Era una tarde soleada de domingo. De esas tardes veraniegas que ya no son tardes de fútbol. De esas tardes vacías, en las que el sofá se convierte en el objeto más preciado de la casa.

Esas agobiantes tardes que preceden al espeso lunes. Ese lunes tan madrugador y legañoso, escenario de torpes movimientos y pesimismos laborales.

No me gustan los domingos pues son los preludios de la semana entera que se avecina.
Son como esa última semana de las vacaciones de verano, melancólicos y añorantes, espacio de coger aire para afrontar la dura rutina.

Domingos de molestas resacas y horarios improvistos, de largos tragos de agua y pesadez en las sienes.

Domingos que no recordaremos el lunes y que no pasarán a la historia, huecos sin rellenar en los números colorados del calendario.

El domingo es el paréntesis que transcurre entre el trasnochar y el no madrugar del sábado hasta el duro madrugar del lunes.

Maldito domingo, ¿Por qué nos devuelves a la realidad?¿Por qué no te deshaces del lunes que tanta mala fama te ha dado?¿Por qué, domingo?¿Por qué?

15 septiembre 2006

LOS DESHAUCIADOS

Si fuéramos tan buenos como tu dices nos hubieran quitado las correas un rato.
No se fían de nosotros. Piensan que si nos sueltan volveremos a intentarlo. Que no dudaremos en dar los últimos coletazos y agarrarnos al que sea con tal de no caer solos.
Hacen bien en no soltarnos, alimentando nuestro odio voraz. Grabando en nuestras memorias que nunca habrá paz entre nosotros.
Somos muchos los que nos encontramos en este estado de desesperación. Llegados a este punto ya no hay posibilidad de enmendar nuestras vidas, o matar o morir. No perdemos nada que no hayamos perdido ya.
Y es que ese es el mayor error del que lo quiere todo, dejar al enemigo sin nada, lo hace casi invencible.

08 septiembre 2006

LA SILLA

Me senté al borde de la silla con las piernas juntas y las manos sobre las rodillas. Así me quedé durante un buen rato, mirando las baldosas blancas y negras que se asemejaban a un tablero de ajedrez.

Pensativo, abandoné el mundo real convirtiendo la habitación en un cubo cuadriculado de la misma forma que el suelo.

La habitación estaba vacía. Solo yo, sentado en la silla, en el centro.
Me asusté, pues me percaté que estaba entrando en una espiral que giraba lentamente y me absorbía.

Por fín me di cuenta que si no lo remediaba me vería abocado a girar de por vida en aquella espiral.

Me aferré a la silla, aunque eso no frenaba el avance.

Abrí los ojos al máximo y grité todo lo que pude. Comencé a mover la cabeza bruscamente, convencido que me ayudaría a volver a la habitación de donde partí, y así fue, pero fue a medias. Volví a una habitación, pero no a la mia.

Dejé de agarrarme a la silla y me levanté mirando la extraña estancia. Revisé la habitación y pude comprobar que carecía de puertas y de cualquier via de escape.
Me alarmé, mi corazón comenzó a latir más fuerte y más rápido. Volví a mirarlo todo, esta vez con más urgencia. Nada. No había posibilidad de escape. Me acerqué a las paredes a examinarlas más minuciosamente, golpeando para ver si encontraba algún tabique falso o algo similar, pero no encontré nada.

Desesperado me senté en la silla, y comencé a llorar sin saber que hacer. Lo único que se me ocurría era volver a ponerme en la misma posición en la silla, relajar la mente y dejar que esta escape de esta habitación sin salida.

Nada, no lograba concentrarme, pues estaba muy nervioso y cuanto más tiempo pasaba más difícil resultaba relajarme.

Pasaron los días y yo cada vez estaba más débil de no beber ni comer. Se que me queda poco tiempo y por fin podré relajarme, pero antes me gustaría recomendaros que no os sentéis en las sillas así sin más, comprobad antes que se trata de una silla normal y una vez sentados no dejéis la mente en blanco si no queréis veros abocados a una habitación sin puertas de la que no podáis salir.

03 septiembre 2006

EL EXAMEN DE MI VIDA

Me encontraba en la sala de espera de los juzgados esperando mi turno. Por mi cabeza pasaba la película de mi vida. Una vida nada ejemplar por cierto, y con pocos aspectos que envidiar. Una vida estropeada, parte por culpa del paso de los años y parte por pequeñas decisiones tomadas, en su momento intrascendentes, pero que al final acarrearon consecuencias nefastas para el desenlace de mi existencia.

Mi intención era denunciar al que bajo mi punto de vista consideraba culpable del estado deplorable de mi vida.
Fui consciente de la injusticia que se había producido, el otro día viendo en la tele uno de los muchos programas informativos. Lo tuve claro.

Para entender la causa de mis sospechas, lo mejor sería comenzar a detallar mi vida desde el momento donde se inició el declive hasta la actualidad, y el declive de mi vida comenzó con el resultado de un examen.

Si hubiese aprobado aquel examen habría sacado el graduado escolar, pero como lo suspendí me quedé sin este título.

Con el graduado escolar hubiese ido a la universidad, sin el graduado me tocó hacer cursillos del INEM.

Gracias a la universidad habría obtenido una carrera, pero con mis cursillos del INEM lo más que conseguí fue entrar en una escuela taller.

Gracias a la carrera obtenida habría encontrado un trabajo muy bueno, de hacer poco y ganar mucho, pero después de la escuela taller encontré un pésimo trabajo de currar mucho y ganar poco.

Si hubiese obtenido ese buenísimo trabajo habría efectuado espectaculares viajes en mis largas vacaciones, pero con mi trabajo paupérrimo lo único que podía hacer en verano era seguir trabajando.

Si hubiera efectuado esos magníficos viajes habría tenido la posibilidad de conocer chicas con padres adinerados, pero como me tuve que quedar currando y currando, para aguantar el ritmo comencé a consumir sustancias prohibidas, lo cual me dio la oportunidad de conocer a una chica que también las consumía.

Si hubiera conocido a la chica adinerada habría tenido la oportunidad de hacer millonarias inversiones, pero como conocí a una viciosa, me dio también por el vicio y me enganché a las tragaperras perdiendo lo poco que ganaba.

Si hubiese invertido habría ganado el dinero suficiente como para adquirir una gran mansión donde vivir, sin embargo la inversión de las tragaperras me llevó a vivir en una chabola con goteras.

Si me hubiera podido permitir el lujo de vivir en una mansión, también habría podido comprarme un súper cochazo, pero viviendo en una chabola lo único que pude conseguir, y gracias, fue un R5 que se desmontaba por los caminos.

Si hubiese tenido el súper cochazo no me habría pasado nada en el accidente, pues el airbag y los sistemas de seguridad me habrían permitido salir ileso, pero como conducía el R5, sin asegurar siquiera, pues me quedé cojo de la pierna derecha y me rompí varios huesos.

Si no me hubiesen quedado secuelas por el accidente me habría casado con la chica adinerada, tendríamos dos o tres hijos, viviríamos en una súper mansión con jardín y piscina, tendríamos dos o tres cochazos y dispondríamos de una plantilla de trabajadores a cargo del mantenimiento de nuestras propiedades, pero como después del accidente estuve más de seis meses ingresado en el hospital y me quedé cojo para toda la vida, pues mi novia aprovechó mi larga ausencia para largarse con otro. Como no tenía seguro para pagar los gastos tuve que deshacerme de la chabola y de lo poco que me quedaba. Del trabajo también me finiquitaron a la semana del accidente y ahora con la pierna así en ningún sitio se arriesgan a contratarme.

Me encuentro en esta situación tan delicada por culpa de aquel examen de ciencias naturales que suspendí con un 4, y eso es lo que vengo dispuesto a denunciar. La injusticia de aquel 4 que debió ser un 5.

En mi cabeza resuenan las palabras de mi profesor, “esta respuesta está incompleta, usted ha puesto ocho y son nueve”, y las palabras del presentador del telediario, “científicos de todo el mundo han llegado a la conclusión de que Plutón no puede ser considerado planeta”, y otra vez la voz de mi profesor, “le falta Plutón, no puedo darle la respuesta por válida, le falta Plutón”, y otra vez la voz del presentador, “Plutón no es un planeta”, y de nuevo mi profesor, “no ha puesto Plutón, no puedo aprobarle”.

“¿Le ocurre algo?”, me preguntó el funcionario sacándome de aquella ensoñación.
“Sí, me ocurre”, respondí gritando, “que si Plutón no es un planeta yo no tengo por que ser lo que soy, un tullido sin casa, sin trabajo, sin nada…”. Mis ojos se pusieron vidriosos humedeciéndose y comencé a llorar. “Si Plutón no es un planeta”, continué entre sollozos, “lo más justo entonces es que yo fuese feliz”.

A mi alrededor, todos miraban compadeciéndose de mí, mientras el guarda de seguridad me acompañaba hasta la salida ajeno a la importancia que para mí tenía la decisión de no incluir a Plutón en la lista de planetas que componían el sistema solar.