30 octubre 2006

EN BLANCO

Tengo un papel. Tengo un bolígrafo ¿y ahora qué? Miro el papel. Miro el bolígrafo y nada. Me entristezco cuando no acuden ideas a mi cabeza. A veces de la rabia escribo palabras sueltas, sin ningún sentido, echando a perder el papel que tiro inmediatamente a la papelera.
Cualquier cosa me despista. Al mínimo descuido mi mente se evade de allí dejando en la estacada a la inspiración.
Lo peor de todo es que cada vez me pasa más a menudo. No se cual será la razón.
Pongo una suave música de fondo, a ver si eso me ayuda, pero lo único que ocurre es que comienzo a seguir el ritmo con los pies.
Me levanto y me mojo la cara en el lavabo. Me miro al espejo antes de secarme y me dedico una sonrisa.
Vuelvo al papel. Sigue en blanco. Tanto él como yo. Pero no es su culpa. Es sólo mía.
Me froto los ojos. ¿Me está entrando sueño? Me muerdo una uña. Miro el bolígrafo. Estiro las piernas. Miro el papel. Sonrío. En la calle hay niños jugando, les puedo oir.
Me impaciento. Meneo el bolígrafo. Hago un pequeño dibujo en una de las esquinas vacías del papel.
Bueno, siempre queda escribir sobre la falta de inspiración que es muy socorrido y no queda mal. Es la mejor forma de salir del paso airoso.
Justificarse por la falta de ideas ¿A quien quieres engañar? Igual hoy solucionas el problema, ¿Y mañana?. Esto no es fácil. Tener siempre balas en la recamara por si ocurren estas cosas no siempre es posible. Lo más probable es que se vaya al día.
Bueno, otra vez será. Espero que esta haya sido la última vez que me quedo en blanco y que dudéis si en este post he dicho la verdad o me lo he inventado todo como en posts anteriores.
Siempre nos quedará la duda.

23 octubre 2006


INSTANTES

Cada 5 minutos sonaba aquella maldita sintonía. Todos los allí presentes protestaban al unísono cada vez que por aquellos altavoces se oían las repetitivas notas tan molestas.
Detrás de la mampara de cristal reían los dos científicos observando los efectos de aquel experimento que estaban llevando a cabo.
Un poco más lejos, concretamente en el piso de abajo Luis y María se besaban apasionadamente recostados en el sofá del salón, mientras Crispín, un foxterrier aún joven, se lamía la pata trasera, la cual le dolía al apoyar.
Desde la cocina del piso de al lado se podía escuchar el traqueteo de una vieja lavadora al centrifugar su carga y en la habitación contigua se encontraba Juliana, que debido a su sordera daba cada vez más volumen a la telenovela que estaban dando por la tele.
A fuera un bocinazo anunciaba el paso del tren de mercancías de las cinco y cuarto y un par de claxons de algún coche avisaban de que el semáforo había cambiado de rojo a verde. Los altavoces callaron, la gente suspiró mostrando alivio por el fin de la música. Los científicos se quitaban los auriculares levantándose de las sillas. Luis y María dormían agarrados y muy juntos en el sofá y Crispín roía un hueso con ahínco. La lavadora descansaba de su agotador centrifugado y Juliana yacía muerta delante de una televisión cuyo volumen hacía vibrar las paredes.
A fuera un bocinazo avisaba de la marcha del tren de mercancías y el ruido de un frenazo hacía presagiar un golpe entre dos coches.
Una semana después los dos científicos eran condecorados por sus descubrimientos. Luis y María esperaban con Crispín su turno en la sala de espera del veterinario y Juliana era enterrada en el cementerio de “los álamos” en la más absoluta soledad.
El ruido de trenes entrando y saliendo de la estación no paraba y Mariano hablaba con el mecánico que le iba a arreglar el golpe que había recibido en el coche una semana antes y yo todavía tengo aquella maldita sintonía en mis oidos.

16 octubre 2006

¿QUE HORAS SON ESTAS?

Abrí los ojos y pude ver unos seres verdosos con cabeza ovalada y ojos enormes, eran iguales a esos extraños seres que aparecen tan a menudo en mis sueños.

“Un momento, un momento, para el carro. ¿me estás diciendo que saliste de trabajar y fuiste abducido por unos extraterrestres?¿Así sin más?¿De verdad piensas que me voy a tragar esa historia?”

Me importa una mierda que te la creas o no, tú me preguntas y yo te respondo.

“Ya, pero date cuenta que es difícil ce creer una historia como esa. Yo pensaba que me ibas a decir que te tuviste que quedar a hacer horas extras, que habías pillado un atasco o que te encontraste con un amigo que hacía mucho tiempo que no veías y os entretuvisteis hasta tarde, pero esto, compréndelo.”

Piensa lo que quieras, yo sólo intentaba ser sincero contigo, que luego siempre me echas en cara que ando con mentiras.

“No te enfades cariño, perdóname, siento no haber confiado en ti. A ver, ven aquí, siéntate conmigo y sigue contándome esa historia.”

Bueno, pues como ya te dije eran verdosos y con ojos grandes. Me pusieron una especie de camisón como el de los hospitales y me tumbaron en una mesa rodeado de focos. Había también unos paneles enormes donde no paraban de aparecer números y letras extrañas. Me pusieron unos sensores por todo el cuerpo que recogían datos de la composición del cuerpo humano.

“¿No tenías miedo? Yo me habría muerto de miedo.”

Un poco, pero según fue pasando el tiempo me fui relajando pues no parecían peligrosos.

“¿Y después?”

¿Después de qué?

“Pues de los sensores, ¿No te hicieron nada más?.”

Ah!, sí, me hicieron más pruebas, radiografías, me miraron los ojos, me extrajeron sangre…

“¿Sangre?”

Sí, unos análisis de sangre.

“Entonces tendrás la marca de los pinchazos, vamos, arremángate y enséñamelos.”

¿Qué pasa, que no me crees?, sigues sin creerme.

“No, simplemente tenía curiosidad por ver si eran especiales, venga déjame verlos…”

No, no insistas, no tengo pinchazos en los brazos.

“¿No te pincharon en los brazos? ¿Entonces dónde te pincharon?”

No, no me pincharon, utilizan una especie de laser que extrae la sangre sin necesidad de pinchazos.

“¿Y duele?”

No, apenas lo notas y no deja marcas. ¿Por qué me miras así?¿No me crees verdad?

“Pues no Pedro, no te creo, por mucho que lo intento no puedo imaginarme a esos seres haciéndote pruebas y tu allí tan tranquilo”

Es verdad, te lo juro por lo que más quieras, nunca te mentiría cariño.

“¿Pero como es posible que no tengas ninguna marca? En las películas siempre dejan marcas…”

Cariño, esto no es ninguna película, es la vida real, las cosas no son como en las películas.

“No se que pensar”

Lo se, no debe ser fácil asimilar una cosa así, no todos los días vienen los extraterrestres y abducen a tu marido.

“¿No te dijeron nada?¿Ningún mensaje que dar o cual eran sus intenciones?”

No, nada, tal cómo me absorbieron me soltaron, pero nada más. Ahora si no te importa me gustaría irme a dormir, como comprenderás he tenido un día muy duro.

“Si claro, no te abducen todos los días, vete a dormir, yo no tardaré”


Pedro entró en la habitación y ella aprovechó para registrar los bolsillos de la americana de su marido y encontró una tarjeta en la que ponía: Elena – 618 333 828.
En seguida comprobó que ni Elena era el nombre de un planeta ni aquel número correspondía a la matrícula de ningún platillo volante.

09 octubre 2006

EMPLEO BREVE

Agobiado por las necesidades económicas no me quedó otro remedio que aceptar aquel trabajo.
En mi corta pero intensa vida laboral había experimentado todo tipo de empleos pero ninguno como aquel. Salí de la entrevista con la sensación de que todo era un sueño, pero según fueron pasando los minutos lo fui asimilando.

La noche anterior al primer día de trabajo casi no dormí, cuando parecía que conciliaba el sueño me sobresaltaba la idea del nuevo puesto.

Por fin llegó el momento. Me personé allí con bastante tiempo de adelanto pues siempre me horrorizaba la idea de llegar tarde el primer día. Me dijeron que esperase al que iba a ser mi compañero para darnos las instrucciones a los dos a la vez.

Llegó cuando apenas faltaban dos minutos para la hora acordada, nos presentaron y nos explicaron bien en que consistía nuestro trabajo.

Nos llevaron hasta la caseta donde deberíamos cambiarnos todos los días. El disfraz que nos teníamos que poner tenía mucho colorido y las caretas de goma eran terroríficas. Nos disfrazamos, miré por la ventanilla y ni que el taquillero abría las puertas de la atracción. Mi compañero y yo nos miramos , es el momento, pensamos y salimos afuera.

El griterío era ensordecedor, cientos de personas llenaban el recinto. Eran muchos los niños que ya habían ocupado asiento. Los padres, al otro lado de la vaya les saludaban con el brazo. Otros niños llegaban ahora y eran acompañados por los padres hasta los asientos.

Lo primero que pasó por mi cabeza fue terror al verme delante de todas aquellas personas que fijaban su atención en mí y en mi compañero.

Un gran bocinazo sonó y reaccioné sin saber muy bien lo que hacer. Miré a mi compañero y él me miraba a mí, creo que los dos estábamos igual de perdidos. Le vi que se ponía la máscara y yo le imité.

Cogimos nuestras escobas y nos metimos dentro del túnel. Estaba bastante oscuro, el griterío de los niños retumbaba en las paredes y me dije a mi mismo que o espabilaba y comenzaba a asustar o perdería el trabajo.

Mi compañero salió del túnel a la vez que el tren, yo decidí esperarle dentro, dispuesto a abalanzarme sobre el primer vagón y asustar a los niños que allí se encontraban.

El tren entró de nuevo en el túnel y yo salté sobre el peldaño del vagón. Resbalé y caí hacia atrás golpeándome la espalda contra el duro suelo.

Allí tumbado podía oir las risas de los niños mofándose de mí. Me levanté como pude, me sacudí el disfraz y busqué la escoba, no había ni rastro de ella. De nuevo entró el tren en el túnel y al girarme para mirarlo recibí un escobazo en plena cara que me hizo caer de culo.

Las risotadas de los niños se podían oir a distancia, el disfraz se me había rasgado por varios sitios, me había hecho una pequeña herida en la mano de la cual sangraba un poquito.

Tenía la intención de salir del túnel cuando me di cuenta del aspecto tan deplorable en el que me encontraba. Esperé a que entrara mi compañero y le pedí que me consiguiera otro disfraz.

El tren dejó de dar vueltas y mi compañero apareció con otro disfraz y se salió. Comencé a quitarme el disfraz roto cuando de nuevo sonó el bocinazo y justo entró el tren en el túnel cuando tenía los pantalones a la altura de los tobillos.

Me quedé inmóvil del susto, no supe como reaccionar, los niños me señalaban y se reían de mi. El tren salió y aproveché para cambiarme, pero me fue imposible pues perdí el equilibrio y caí hacia delante con la mala suerte de engancharme la única prenda que llevaba puesta con un alambre.

El tren apareció de nuevo, yo me tapé lo máximo que se puede tapar una persona con dos manos. Los niños se burlaban de mi tirándome cosas, insultándome y hasta escupiéndome.
Indignado por tanta humillación salté sobre el vagón cabecero sin pensármelo dos veces y agarré a un niño del cuello.

Así fue como me pudieron ver los padres de los niños que esperaban fuera, desnudo, sucio, magullado y procediendo a estrangular a un niño.

Por alguna extraña razón el jefe me dijo que no volviera más por allí.

02 octubre 2006

MIRADA AL PASADO

Era día de diario. No sé si esta podría ser la causa por la cual el museo estaba casi vacío. Iba pasando de habitación a habitación sin apenas cruzarme con nadie.

Las salas eran todas parecidas, en unas se podían contemplar en grandes vitrinas, mapas hechos a mano del siglo XVIII, en otros, maquetas de los barcos con los que se surcaban los mares en esas épocas, vestimentas de la gente, documentos y deteriorados libros; pero la sala que más me llamaba la atención era la de útiles de tortura.

Me encontraba en la misma habitación que todos esos aparatos con los que seguramente se acabó con la vida de mucha gente. La mayoría estaban muy oxidados, y seguro que ni siquiera funcionaban, pero se me erizaba el bello al pasar los dedos por oscuro metal y la agujereada madera.

En la habitación hacía frío comparándolo con las demás salas. El olor que mi nariz percibía era el de una mezcla de humedad y de viejo.

Llevaba ya un rato allí, cuando me acerqué a la guillotina que había en una esquina de la sala. Tenía la cuchilla arriba del todo y estaba oxidada y con muescas. Pasé el dedo por el filo tosco pensando si todavía podría ser utilizada. La parte de abajo, que era de madera, donde se apoyaba la cabeza, estaba abierta.

De repente tuve ganas de comprobar que podrían sentir las personas que hubieran sido ejecutadas con aquel artilugio. Así que sin pensármelo dos veces, me arrodillé y posé la cabeza sobre aquella madera podrida.

Allí estuve un rato, no sé si mucho o poco, imaginando escenas sangrientas, escenificando en mi mente alguna ejecución celebre, podía oír el griterío de la gente jaleando al verdugo para que tirase de la cuerda.

De repente, a mi espalda noté la presencia de alguien, pero antes de que pudiera enterarme de quien se trataba oí un “FIUU” y seguido, el golpe seco del acero contra la madera podrida.

Hubo un instante de confusión, pero abrí los ojos y me pude ver allí arrodillado, brotando sangre de mi cuello en grandes cantidades.

No vi a nadie más en la sala, era una sensación extraña verme desde esa perspectiva nueva. Mi cerebro daba ordenes al resto del cuerpo que nunca llegarían a ser realizadas.

Relajé los labios, sonreí, cerré los ojos y poco a poco fui perdiendo la consciencia.