MIRADA AL PASADO
Era día de diario. No sé si esta podría ser la causa por la cual el museo estaba casi vacío. Iba pasando de habitación a habitación sin apenas cruzarme con nadie.
Las salas eran todas parecidas, en unas se podían contemplar en grandes vitrinas, mapas hechos a mano del siglo XVIII, en otros, maquetas de los barcos con los que se surcaban los mares en esas épocas, vestimentas de la gente, documentos y deteriorados libros; pero la sala que más me llamaba la atención era la de útiles de tortura.
Me encontraba en la misma habitación que todos esos aparatos con los que seguramente se acabó con la vida de mucha gente. La mayoría estaban muy oxidados, y seguro que ni siquiera funcionaban, pero se me erizaba el bello al pasar los dedos por oscuro metal y la agujereada madera.
En la habitación hacía frío comparándolo con las demás salas. El olor que mi nariz percibía era el de una mezcla de humedad y de viejo.
Llevaba ya un rato allí, cuando me acerqué a la guillotina que había en una esquina de la sala. Tenía la cuchilla arriba del todo y estaba oxidada y con muescas. Pasé el dedo por el filo tosco pensando si todavía podría ser utilizada. La parte de abajo, que era de madera, donde se apoyaba la cabeza, estaba abierta.
De repente tuve ganas de comprobar que podrían sentir las personas que hubieran sido ejecutadas con aquel artilugio. Así que sin pensármelo dos veces, me arrodillé y posé la cabeza sobre aquella madera podrida.
Allí estuve un rato, no sé si mucho o poco, imaginando escenas sangrientas, escenificando en mi mente alguna ejecución celebre, podía oír el griterío de la gente jaleando al verdugo para que tirase de la cuerda.
De repente, a mi espalda noté la presencia de alguien, pero antes de que pudiera enterarme de quien se trataba oí un “FIUU” y seguido, el golpe seco del acero contra la madera podrida.
Hubo un instante de confusión, pero abrí los ojos y me pude ver allí arrodillado, brotando sangre de mi cuello en grandes cantidades.
No vi a nadie más en la sala, era una sensación extraña verme desde esa perspectiva nueva. Mi cerebro daba ordenes al resto del cuerpo que nunca llegarían a ser realizadas.
Relajé los labios, sonreí, cerré los ojos y poco a poco fui perdiendo la consciencia.
Era día de diario. No sé si esta podría ser la causa por la cual el museo estaba casi vacío. Iba pasando de habitación a habitación sin apenas cruzarme con nadie.
Las salas eran todas parecidas, en unas se podían contemplar en grandes vitrinas, mapas hechos a mano del siglo XVIII, en otros, maquetas de los barcos con los que se surcaban los mares en esas épocas, vestimentas de la gente, documentos y deteriorados libros; pero la sala que más me llamaba la atención era la de útiles de tortura.
Me encontraba en la misma habitación que todos esos aparatos con los que seguramente se acabó con la vida de mucha gente. La mayoría estaban muy oxidados, y seguro que ni siquiera funcionaban, pero se me erizaba el bello al pasar los dedos por oscuro metal y la agujereada madera.
En la habitación hacía frío comparándolo con las demás salas. El olor que mi nariz percibía era el de una mezcla de humedad y de viejo.
Llevaba ya un rato allí, cuando me acerqué a la guillotina que había en una esquina de la sala. Tenía la cuchilla arriba del todo y estaba oxidada y con muescas. Pasé el dedo por el filo tosco pensando si todavía podría ser utilizada. La parte de abajo, que era de madera, donde se apoyaba la cabeza, estaba abierta.
De repente tuve ganas de comprobar que podrían sentir las personas que hubieran sido ejecutadas con aquel artilugio. Así que sin pensármelo dos veces, me arrodillé y posé la cabeza sobre aquella madera podrida.
Allí estuve un rato, no sé si mucho o poco, imaginando escenas sangrientas, escenificando en mi mente alguna ejecución celebre, podía oír el griterío de la gente jaleando al verdugo para que tirase de la cuerda.
De repente, a mi espalda noté la presencia de alguien, pero antes de que pudiera enterarme de quien se trataba oí un “FIUU” y seguido, el golpe seco del acero contra la madera podrida.
Hubo un instante de confusión, pero abrí los ojos y me pude ver allí arrodillado, brotando sangre de mi cuello en grandes cantidades.
No vi a nadie más en la sala, era una sensación extraña verme desde esa perspectiva nueva. Mi cerebro daba ordenes al resto del cuerpo que nunca llegarían a ser realizadas.
Relajé los labios, sonreí, cerré los ojos y poco a poco fui perdiendo la consciencia.
6 Comments:
Debe impresionar mucho ver aparatos de tortura, conmigo probablemente no hubiesen tenido ni que usarlos, yo solo de verlos ya confesaría. Me gustó tu relato
a ver kiwi, me llevas un par de post en los que acabas muy mal. por favor, queremos un final feliz con los malos muertos, no los buenossss!!! y tu eres demasiado bueno, un besazooooo
Si es que pa que metes la cabeza donde no se debe!, que luego pasa lo que pasa...
Dicen que por donde pasa la cabeza pasa el resto del cuerpo, ahora entro en cualquier sitio, je,je,je.
Natalia, perdería la cabeza por un final feliz, este post no acaba mal, acaba por el final, como tiene que acabar.
auch!!! Eso sí dolió... hasta acá me salpicó de sangre... las torturas deben haber sido horrendas
besos
Decapitado por curioso……muy buen relato gracias!
Publicar un comentario
<< Home