APAGÓN
Le tocaba sacar desde la banda al equipo de Eduardo, que pedía la pelota insistentemente, su compañero le vio y le lanzó la bola con precisión.
Eduardo recibió el pase sin ninguna dificultad y de repente le comenzaron a temblar las piernas. Comenzó a botar el balón y se giró hacia la canasta.
Era su oportunidad, si la metía se convertiría en un héroe de la afición, su equipo ganaría y todos los niños del mundo querrían ser Eduardo.
Sus ojos se centraron en aquella canasta que tan lejana parecía de repente. Por el rabillo del ojo pudo ver como se le acercaban los defensas del equipo contrario con la única intención de desbaratar aquella jugada e impedir que aquel balón no saliera de las manos de Eduardo.
Llevaba tantos años jugando al baloncesto y tan pocas alegrías le había dado. Nunca había ganado nada en ningún equipo de los que jugó, pero ahora tenía delante de sí aquella gran oportunidad que posiblemente no se le volviera a dar en la vida.
Antes de que el defensa más cercano estuviera lo suficientemente cerca como para intentar interceptarle la pelota. Eduardo se elevó y lanzó el balón hacia la canasta.
Todo el campo enmudeció de repente, unos rezando para que entrara, los otros rezando para todo lo contrario, todos seguían con la mirada la trayectoria de aquel balón.
De repente el pabellón se quedó a oscuras y todo el mundo dejó de ver aquel balón.
Un apagón, posiblemente producido por la indecisión de aquel dios que estaba siendo suplicado tanto por unos como por otros pero con exigencias totalmente opuestas, truncó la visión de el resto de la trayectoria del balón y nos privó de saber cual fue el desenlace del tiro y si Eduardo por fin iba a convertirse o no en una estrella deportiva.
En las casas todos los televisores se apagaron a la vez, con las radios pasó un tanto de lo mismo. El apagón había sido generalizado.
No había transcurrido ni un segundo y la luz volvió, los televisores se encendieron y las radios de nuevo emitían.
Todos buscaron al balón con la mirada y allí estaba todavía dando los últimos botes.
Nadie se atrevía a opinar el primero. Era imposible saber si aquella pelota había entrado o no. Todos miraron al árbitro. El árbitro nervioso miró a sus compañeros buscando a alguien que pudiera haber visto algo pero nada. Miró a la mesa y tampoco. El público, pues lo normal, los hinchas de un equipo gritaban que había entrado y los del otro equipo que no. Los jugadores se miraban entre ellos y Eduardo allí estaba inmóvil con los brazos caídos y con su mirada perdida en la canasta.
Sus compañeros se le acercaron para ver que le sucedía pero nada, Eduardo no mostró ningún cambio y siguió paralizado y sin dar ninguna muestra de recuperación.
Después de muchas deliberaciones y discusiones y por la imposibilidad de llegar a un consenso se decidió que ese año no hubiese campeón único, que los dos equipos compartiesen campeonato y así todos tan contentos.
Bueno todos menos Eduardo que a día de hoy se encuentra internado en un centro psiquiátrico y sigue con la mirada perdida intentando visualizar aquella canasta que por culpa del mal funcionamiento de la red eléctrica o de la mala suerte o como prueba divina de algún dios cabreado por tanta súplica estúpida nunca se supo si entró o no entró.
FOTO: A.Rull
6 Comments:
Ja, pobre Eduardo...fijo que por la ley de murphi.... la bola entró.
putos cortes de luz....
que coincidencias tu...
¿y si en realidad no se atrevió a tirar a canasta y dejó que el balón cayera? quién sabe... es lo que tiene la oscuridad
Pobre Eduardo, para mi entró la pelota y los arbitros son unos cabrones...
...Y no se puede repetir la jugada?
Pues claro que entró ... jejeje :D
pués yo creo que no entró, no porque tenga algo en contra de edu, que no, si no porque esas cosas suelen pasar, que yo he jugado al baloncesto....:P
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