REACCIONES ARRIESGADAS
En lugar de correr despavorido hacia la salida de emergencia me hice el valiente y me dirigí hacia la boca de incendios. Cuando llegué allí enseguida me arrepentí de haber tomado aquella decisión sin pensar antes en los inconvenientes con los que me iba a encontrar y olvidar por completo ciertas limitaciones con las que en casos como este es muy frecuente encontrarse.
Llegué junto al armario acristalado donde se encontraba la manguera. Estaba cerrado con llave y por mucho que lo intenté no se podía abrir. Estoy seguro que en una situación normal sin sentir la presión de la emergencia hubiera visto antes el cartel de grandes letras rojas que decía “rómpase en caso de incendio”. Este era un claro caso de incendio, no había ninguna duda, nadie me podía reprochar después haber roto aquel cristal.
Busqué a mi alrededor algún objeto con el que cargarme el cristal, nada, no veía ningún trasto propicio para tal faena. Después de unos momentos, demasiado largos si tenemos en cuenta la situación en la que nos encontramos, tomé la firme decisión de quitarme una bota para golpear el cristal.
Que razón tiene ese refrán que dice “vísteme despacio que tengo prisa”. Al tirar del cordón de la bota se hizo un nudo que apreté sin querer hasta hacerle indesatable (este palabro me le he inventado yo, que pasa).
Después de un rato peleándome con aquel cordón no me quedó más remedio que atacar la otra bota. Esta no se resistió, me la quité de un tirón y golpeé tímidamente el cristal. Nada. Probé más fuerte y al final cedió.
¿Y ahora qué? Nunca he tenido el valor suficiente para tomar ciertas decisiones y esta vez no iba a ser menos. Eché mano de un librillo que imaginé eran las instrucciones.
45 hojas por las dos caras que comencé a leer todo lo rápido que me fue posible. Una vez acabado el librillo eché la vista atrás y me percaté que quizás fuera demasiado tarde ya.
Que razón tenía mi madre cuando me decía que esa manía mía de leer todo lo que pasaba por mis manos un día me iba a traer problemas.
Abatido me rendí al fracaso y acepté mi derrota lo mejor posible. Ya nada se podía hacer, había quemado mis mejores pantalones con la plancha, solo me quedaba reconocerlo e ir a comprar otros. Así es la vida.
En lugar de correr despavorido hacia la salida de emergencia me hice el valiente y me dirigí hacia la boca de incendios. Cuando llegué allí enseguida me arrepentí de haber tomado aquella decisión sin pensar antes en los inconvenientes con los que me iba a encontrar y olvidar por completo ciertas limitaciones con las que en casos como este es muy frecuente encontrarse.
Llegué junto al armario acristalado donde se encontraba la manguera. Estaba cerrado con llave y por mucho que lo intenté no se podía abrir. Estoy seguro que en una situación normal sin sentir la presión de la emergencia hubiera visto antes el cartel de grandes letras rojas que decía “rómpase en caso de incendio”. Este era un claro caso de incendio, no había ninguna duda, nadie me podía reprochar después haber roto aquel cristal.
Busqué a mi alrededor algún objeto con el que cargarme el cristal, nada, no veía ningún trasto propicio para tal faena. Después de unos momentos, demasiado largos si tenemos en cuenta la situación en la que nos encontramos, tomé la firme decisión de quitarme una bota para golpear el cristal.
Que razón tiene ese refrán que dice “vísteme despacio que tengo prisa”. Al tirar del cordón de la bota se hizo un nudo que apreté sin querer hasta hacerle indesatable (este palabro me le he inventado yo, que pasa).
Después de un rato peleándome con aquel cordón no me quedó más remedio que atacar la otra bota. Esta no se resistió, me la quité de un tirón y golpeé tímidamente el cristal. Nada. Probé más fuerte y al final cedió.
¿Y ahora qué? Nunca he tenido el valor suficiente para tomar ciertas decisiones y esta vez no iba a ser menos. Eché mano de un librillo que imaginé eran las instrucciones.
45 hojas por las dos caras que comencé a leer todo lo rápido que me fue posible. Una vez acabado el librillo eché la vista atrás y me percaté que quizás fuera demasiado tarde ya.
Que razón tenía mi madre cuando me decía que esa manía mía de leer todo lo que pasaba por mis manos un día me iba a traer problemas.
Abatido me rendí al fracaso y acepté mi derrota lo mejor posible. Ya nada se podía hacer, había quemado mis mejores pantalones con la plancha, solo me quedaba reconocerlo e ir a comprar otros. Así es la vida.
5 Comments:
ja ja ja, que susto, creí que se quemaba algo mas, y si la solución es irse de compras, no está nada mal. nop
si, aunque ir de compras en época de rebajas es considerado deporte de riesgo.
Si yo me hubiera leido las instrucciones de mi plancha, otro gallo me hubiera cantado ...
que fuerteeeee! tienes un armario donde meter ese manguerazo??? y si hay estas cosas para incendios....no hay nada para inundaciones???? joooooooooooo
Pues es muy facil natalia, si hay un incendio montas una inundación, pues si tienes una inundación monta un incendio, ¿o no?
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