EL CEPO
Juan, Vicente, Tobías y Andrés últimamente jugaban a ser cazadores.
Habían oído que este año había aumentado en exceso la población de cervatillos por los alrededores del pueblo y entonces idearon un plan.
Quedaban todos los viernes después de cenar, en un pequeño local de Vicente. Bebían cervezas, se reían de sus esposas e ideaban planes absurdos que luego llevaban a cabo.
A Juan la idea de los cervatillos le llevaba rondando varios días y cuando la propuso a sus amigos estos se mostraron reacios al principio pero después accedieron.
El plan era sencillo, ir a comprar unos cepos grandes y ponerlos por los alrededores del pueblo. Era como pescar, esperar hasta que alguien pique en el anzuelo.
Consiguieron unas trampas que consistían en un gran saco camuflado que al presionar el soporte se cerraba imposibilitando a la presa escapar y atraparla sin rasguño alguno.
Lo único que tenían que hacer era recordar donde se ubicaban las trampas y acudir de vez en cuando.
Llegó el día propuesto y colocaron los cepos en lugares estratégicos que habían acordado entre los cuatro.
Al principio se acercaban con sigilo a las trampas por si había caído algún cervatillo, pero según pasaban los días y los cepos seguían como el primer día iban perdiendo la esperanza.
Juan no daba crédito al fracaso de su plan y comenzó a desconfiar de sus compañeros acudiendo él solo a los puntos donde se encontraban las trampas por si sus amigos hacían lo mismo y se estaban llevando los cervatillos sin comentárselo a él.
Una tarde, cuando ya comenzaba a anochecer Juan pudo comprobar que en uno de los sacos, el que estaba más cerca de su casa, había algo que se movía. El corazón se le aceleró de la emoción. Se acercó con sigilo.
Tantos días esperando y ahora que había caído un cervatillo no sabía como actuar. ¿Y si venía alguno de sus compañeros y le descubría?.
Rápidamente buscó a su alrededor y encontró un palo grande con el que comenzó a golpear el saco.
El animal no tuvo ocasión de reaccionar y al tercer golpe ya no se movía. Para asegurarse Juan siguió golpeando hasta que el animal dejó de emitir sonido alguno.
Soltó el palo y desenganchó el saco arrastrándolo después hasta el garage de su casa.
La emoción hacía palpitar el corazón de Juan al encontrarse cara a cara él y el saco con la pieza.
Llegó el momento de ver el trofeo. Con las manos temblorosas logró desatar el saco y lo abrió de un tirón.
No podía dar crédito a lo que sus ojos veían, su corazón tropezó en su trotar y paró de golpe cayendo fulminado junto al cadáver desfigurado de su hija pequeña.
Juan, Vicente, Tobías y Andrés últimamente jugaban a ser cazadores.
Habían oído que este año había aumentado en exceso la población de cervatillos por los alrededores del pueblo y entonces idearon un plan.
Quedaban todos los viernes después de cenar, en un pequeño local de Vicente. Bebían cervezas, se reían de sus esposas e ideaban planes absurdos que luego llevaban a cabo.
A Juan la idea de los cervatillos le llevaba rondando varios días y cuando la propuso a sus amigos estos se mostraron reacios al principio pero después accedieron.
El plan era sencillo, ir a comprar unos cepos grandes y ponerlos por los alrededores del pueblo. Era como pescar, esperar hasta que alguien pique en el anzuelo.
Consiguieron unas trampas que consistían en un gran saco camuflado que al presionar el soporte se cerraba imposibilitando a la presa escapar y atraparla sin rasguño alguno.
Lo único que tenían que hacer era recordar donde se ubicaban las trampas y acudir de vez en cuando.
Llegó el día propuesto y colocaron los cepos en lugares estratégicos que habían acordado entre los cuatro.
Al principio se acercaban con sigilo a las trampas por si había caído algún cervatillo, pero según pasaban los días y los cepos seguían como el primer día iban perdiendo la esperanza.
Juan no daba crédito al fracaso de su plan y comenzó a desconfiar de sus compañeros acudiendo él solo a los puntos donde se encontraban las trampas por si sus amigos hacían lo mismo y se estaban llevando los cervatillos sin comentárselo a él.
Una tarde, cuando ya comenzaba a anochecer Juan pudo comprobar que en uno de los sacos, el que estaba más cerca de su casa, había algo que se movía. El corazón se le aceleró de la emoción. Se acercó con sigilo.
Tantos días esperando y ahora que había caído un cervatillo no sabía como actuar. ¿Y si venía alguno de sus compañeros y le descubría?.
Rápidamente buscó a su alrededor y encontró un palo grande con el que comenzó a golpear el saco.
El animal no tuvo ocasión de reaccionar y al tercer golpe ya no se movía. Para asegurarse Juan siguió golpeando hasta que el animal dejó de emitir sonido alguno.
Soltó el palo y desenganchó el saco arrastrándolo después hasta el garage de su casa.
La emoción hacía palpitar el corazón de Juan al encontrarse cara a cara él y el saco con la pieza.
Llegó el momento de ver el trofeo. Con las manos temblorosas logró desatar el saco y lo abrió de un tirón.
No podía dar crédito a lo que sus ojos veían, su corazón tropezó en su trotar y paró de golpe cayendo fulminado junto al cadáver desfigurado de su hija pequeña.
6 Comments:
Bufffffffffffffffff que horror, al principio pensaba en Bamby, pero el final en demoledor
Joder vaya historia que nos cuentas aunque como en el caso de los cervatillos también hay superpoblación de humanos.
joder macho, me llamas a mi brutica y luego vas tu con estos finales jodidos???!!!!
mas bicicletas menos escopetas!!!
natalia lo mio es ficción,jeje, tu vas en serio.
chasky es verdad, también hay superpoblación de humanos, pero yo haría un casting para abandonar el planeta, aunque igual no quedamos ni para echar la partidilla.
Aiyana lo de bambi es peor, no me vayas a comparar.
Yo esperaba que fuera alguno de sus compis, pero no su hija!!!
Lo que me estoy imaginando ahora es al cervatillo detrás de un matorral partiéndose el culo del tío... Y es que había sido él el que había llevado a su hija pequeña hasta allí, jejeje. :-P
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