La Aparición
Aparecieron de repente, sin darme tiempo a reaccionar.
Cada uno por un extremo de la habitación.
Nadie se explicaba de donde podrían haber salido.
Antes de gritar comprobé que no estaba en medio de una pesadilla.
Por un momento llegué a pensar que se irían como si no hubiera pasado nada.
Pero allí seguían parados, mirándonos fijamente. Esperando una señal para abalanzarse sobre nosotros.
Afuera ya había oscurecido. El viento soplaba fuerte, llevando y trayendo las nubes. Unos ladridos sonaban a lo lejos, pero allí se podían oír los latidos del corazón desbocado de miedo.
El reloj de pared marcaba las once y diez. No creo que tuviera nada que ver con aquella visita repentina pero quedaría en el recuerdo para siempre.
No sabía que habrían venido a hacer. Ellos no se tomaban tantas molestias si no era por algo verdaderamente importante, por lo menos eso era lo que se comentaba por ahí.
Yo no sabía que hacer. No sabía si quedarme quieto o intentar escapar. No sabía si hacerles frente o echarme a llorar y derrumbarme sin más, pero lo que si era seguro es que si no actuaba pronto luego sería demasiado tarde para cualquier decisión.
Empecé a notar un sudor frío por la frente, mi cuerpo parecía pesar cuatro veces su peso y cada vez veía más puntos blancos moviéndose de forma aleatoria por mi campo de visión. Las piernas me temblaban y parecía que en cualquier momento iban a fallarme.
Ellos seguían sin inmutarse, como si supieran que tarde o temprano yo desfallecería y dejaría de ser consciente de mi suerte. Eso hacía que yo me pusiera cada vez más nervioso y que todo girase rápido alrededor de mi cabeza.
Aparecieron de repente, sin darme tiempo a reaccionar.
Cada uno por un extremo de la habitación.
Nadie se explicaba de donde podrían haber salido.
Antes de gritar comprobé que no estaba en medio de una pesadilla.
Por un momento llegué a pensar que se irían como si no hubiera pasado nada.
Pero allí seguían parados, mirándonos fijamente. Esperando una señal para abalanzarse sobre nosotros.
Afuera ya había oscurecido. El viento soplaba fuerte, llevando y trayendo las nubes. Unos ladridos sonaban a lo lejos, pero allí se podían oír los latidos del corazón desbocado de miedo.
El reloj de pared marcaba las once y diez. No creo que tuviera nada que ver con aquella visita repentina pero quedaría en el recuerdo para siempre.
No sabía que habrían venido a hacer. Ellos no se tomaban tantas molestias si no era por algo verdaderamente importante, por lo menos eso era lo que se comentaba por ahí.
Yo no sabía que hacer. No sabía si quedarme quieto o intentar escapar. No sabía si hacerles frente o echarme a llorar y derrumbarme sin más, pero lo que si era seguro es que si no actuaba pronto luego sería demasiado tarde para cualquier decisión.
Empecé a notar un sudor frío por la frente, mi cuerpo parecía pesar cuatro veces su peso y cada vez veía más puntos blancos moviéndose de forma aleatoria por mi campo de visión. Las piernas me temblaban y parecía que en cualquier momento iban a fallarme.
Ellos seguían sin inmutarse, como si supieran que tarde o temprano yo desfallecería y dejaría de ser consciente de mi suerte. Eso hacía que yo me pusiera cada vez más nervioso y que todo girase rápido alrededor de mi cabeza.
Un zumbido se instaló en mis oídos y al poco las rodillas no aguantaron más y dejaron que mis piernas se doblaran cayendo hacía adelante.
Eso fue lo último que recuerdo. Y no sé por qué ahora me encuentro tumbado en la cama de mi habitación cómo si no hubiera pasado nada, haciéndome cientos de preguntas que no sé contestar.
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